Actualizado el miércoles 18/JUN/14 (Cuarta entrega)

Macrosección REDENCIÓN

VIDA, PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

VIDA DE JESÚS: 

La vida de Jesús fue una vida de sacrificio, y no sólo por el hecho de haber tenido que sufrir las mil cosas de una vida abnegada, sino también por saber con certeza que para muchas personas su Sacrificio sería inútil.

Gracias a Dios que nosotros no sabemos muchas cosas del futuro, y ello es también una misericordia del Señor para con nosotros. Porque ¿qué haríamos si supiéramos ya desde este mundo que algunos de nuestros seres más queridos se condenarán para siempre en el infierno? Ya no viviríamos felices, ni en paz. Pues bien, Jesús sabía desde toda eternidad todo lo que iba a suceder, y quiénes eran los que no se salvarían.

¡Qué inmenso dolor para el Señor! Por eso tenemos que darle mucho amor a Jesús, que todavía sigue padeciendo moral y espiritualmente por las almas que se pierden. 

PASIÓN DE JESÚS: 

Uno de los dardos más dolorosos que se le clavó en el alma de Cristo fue la certeza divina de que para muchísimas almas, sus Sufrimientos y Muerte serían completamente inútiles.

Y a pesar de que Jesús sabía que esto era así, igualmente marchó a la Cruz.

¡Qué amor por los hombres! Nosotros, en su lugar, seguramente habríamos desistido y abandonado a la deriva todo. Pero el Señor, aún sabiendo esta amarga verdad, no dejo absolutamente nada por hacer, sino que cumplió a la perfección la redención, y actualmente se sigue inmolando incruentamente en los altares, en la Santa Misa, que es la continuación del Sacrificio del Calvario.

Cuando vayamos a Misa, recordemos que asistimos al drama del Gólgota, y que Cristo allí mismo se ofrece por todos los hombres, pero sabiendo que para muchos, muchísimos, todo ese infinito dolor suyo, es inútil. 

MUERTE DE JESÚS: 

En la muerte del Señor, una de las cosas que más le laceró el Corazón, fue la de ver al pie de la Cruz a su Madre agonizando de dolor. ¡Cuánto hubiera dado Jesús por no causarle el menor dolor a su Madre! Pero tenían que beber, ambos, el cáliz de amargura para borrar, con su sacrificio, el pecado original cometido por la primera pareja: Adán y Eva.

Si queremos ganarnos la ayuda de Dios, pero la ayuda todopoderosa y en extremo generosa de Dios, entonces consolemos a María, amemos a María. Cuando estemos en Misa, abracemos a la Virgen, que vuelve a estar de pie junto a la Cruz de su Hijo, y como el apóstol Juan, tomémosla por Madre nuestra y llevémosla a nuestra casa.

Cuando la Virgen entra en un hogar, sale huyendo Satanás, porque ambos no pueden convivir bajo el mismo techo.

Hagamos que Jesús vaya tranquilo a su destino, encargándonos de cuidar a su Madre, que es lo más precioso que Jesús nos pudo confiar. 

RESURRECCIÓN DE JESÚS: 

Y también una de las alegrías más grandes de Jesús Resucitado fue el ver a su Madre y abrazarla, porque con ello la consoló del casi infinito dolor que tuvo que provocar a su Corazón Inmaculado con la Pasión.

Pensemos en esa escena, que aunque no está relatada en los Evangelios, el sentido común y los Santos nos dicen que ese encuentro entre Jesús Resucitado y la Virgen se produjo, pues el Señor se apareció en primer lugar a su Madre.

Cuando estemos tristes y nos parezca que nuestra vida es inútil y no le encontremos sentido, o estemos sufriendo mucho, vayamos con el espíritu a este momento de encuentro y de triunfo en que Jesús se apareció a su Madre, y estémonos con Ellos, en medio de Ellos, y tomémonos de sus manos y pidámosle a los Dos que en el Cielo estemos para siempre juntos.

Pero ¿por qué no comenzamos a vivir ya el Paraíso en la tierra? Pues Jesús ha resucitado y está siempre en medio de nosotros, y María con su cuerpo glorioso también lo está. Y si Jesús y María están con nosotros, entonces estamos con Ellos en el Cielo, aunque de momento tengamos que padecer algunos dolores y contrariedades.

Pensemos en estas verdades consoladoras para enfrentar la vida con esperanza y coraje, sabiendo que Jesús y María están al lado nuestro con todo su poder.

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