PortadaActualizado el sábado 13/DIC/14

Encíclica "Ecclesia de Eucharistia" - Juan Pablo II

Profundizar en el misterio. 

6. Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este «asombro» eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el «programa» que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, «misterio de luz».3 Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron» (Lc 24, 31).

 (Encíclica “Ecclesia de Eucharistia” – Juan Pablo II) 

Comentario: 

El misterio eucarístico, como todo misterio de nuestra santa religión católica, sigue y seguirá siendo un misterio para el hombre, que con su inteligencia no puede comprender los misterios. Pero sí puede ir profundizando en el misterio eucarístico, descubriendo cada vez nuevos milagros de amor y de misericordia de Dios.

Por eso la Iglesia no propone “cosas nuevas”, sino las verdades de siempre, pero que hay que ir profundizándolas para que, como sucedió a los discípulos de Emaús, llegado el momento se nos abran los ojos del espíritu y contemplemos cara a cara al Señor.

Vayamos al sagrario de la iglesia donde Jesús Sacramentado está día y noche esperándonos para abrirnos los tesoros infinitos de su Corazón Misericordioso.

Allí encontraremos el Cielo en la tierra, y Él no dejará que nos marchemos de su lado de la misma manera en que hemos llegado, sino que volcará un río, un mar de consuelo sobre nosotros, y saldremos fortalecidos de ese encuentro con el Señor Sacramentado, de modo que tendremos fuerzas para continuar en el camino del bien, e incluso saldremos de allí con nuevas ideas para el apostolado, y con deseos de orar más y de entregarnos cada vez más a Dios, para que Él nos utilice como instrumentos dúctiles en el trabajo por su Reino.

Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.

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