Seriedad de la vida. 

Los hombres somos los eternos niños que vivimos más o menos despreocupados y vamos por la vida sin grandes sobresaltos, hasta que el dolor nos sale al paso y nos hace caer de la nube donde estábamos. Entonces experimentamos el sufrimiento y “comprendemos” a quienes sufren, y nos hacemos cireneos de los hermanos que necesitan ayuda.

Algo parecido le sucedió a Simón de Cirene, que parece que pasaba de casualidad por el Calvario, y de repente se encuentra cargando la Cruz del Señor, se pone en contacto con su Sangre bendita, recibe los insultos de la plebe, y así es sacado de la tranquilidad y “alegría” de la vida, a este drama de la Redención, a contemplar en primer plano el sufrimiento de Jesús y de su Madre bendita.

Simón de Cirene, a partir de ese momento ya no fue el mismo, y comenzó a ver la vida y las cosas desde otra óptica.

También nosotros a veces vamos por la vida divirtiéndonos, hasta que una cruz nos hace entrar en nosotros mismos, y aprendemos en carne propia que este mundo es un valle de lágrimas, como bien dice la Salve.

¡Y bendito sea Dios que nos hace entrar en nosotros mismos por medio de los sufrimientos, pues así crecemos en sabiduría y nos hacemos cireneos de los hermanos, a los cuales comprendemos mejor!

 

 

 

 

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