No podrán cambiar.
¿O es que ignoran, hermanos, -hablo a quienes entienden de leyes- que la ley no domina sobre el hombre sino mientras vive? Así, la mujer casada está obligada por la ley a su marido mientras éste vive; mas, una vez muerto el marido, se ve libre de la ley del marido. Por eso, mientras vive el marido, será llamada adúltera si se une a otro hombre; pero si muere el marido, queda libre de la ley, de forma que no es adúltera si se une a otro. Así pues, hermanos míos, también ustedes quedaron muertos respecto de la ley por el cuerpo de Cristo, para pertenecer a otro: a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que diéramos frutos para Dios. Porque, cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la ley, actuaban en nuestros miembros, a fin de que produjéramos frutos de muerte. Mas, al presente, hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisionados, de modo que sirvamos según un espíritu nuevo y no según un código anticuado. (Rm 7, 1-6).
Comentario:
Los Diez Mandamientos no pueden ni podrán cambiar jamás. Dios no los cambiará ni tampoco los puede cambiar la Iglesia, ni siquiera el Papa, puesto que es una ley inmutable que a pesar de que pase el tiempo, seguirá vigente. Y para poder cumplirlos necesitamos la ayuda de la gracia de Dios, que se obtiene por medio de la oración frecuente, la recepción de los sacramentos y la mortificación, que nos ayuda a negarnos a nosotros mismos y a tener fuerza de voluntad para rechazar las tentaciones. Los Mandamientos hay que cumplirlos por amor a Dios, pero si del amor de Dios me olvido, por lo menos debo cumplirlos por temor al castigo del Infierno, puesto que lo importante es cumplir los Diez Mandamientos ya sea por amor o por temor, ya que esa es la única forma de que entremos al Cielo y de que seamos felices aquí en la tierra.
¡San Pablo, ruega por nosotros!
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