Actualizado el viernes 15/MAR/24

Conociendo a la Purísima

 

Para conocer y amar más a nuestra Madre del Cielo

Dios no cambiará. 

[22] El proceder que las tres divinas personas de la Santísima Trinidad han adoptado en la Encarnación y primera venida de Jesucristo,

        lo prosiguen todos los días de manera invisible en la santa Iglesia;

        y lo mantendrán hasta el fin de los siglos en la segunda venida de Jesucristo. 

(del Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María)  

Comentario: 

Dios es Dios y no cambia, pues si cambiara no sería Dios. Y Él ha querido que María fuera el instrumento para realizar la salvación del género humano. Por eso el Señor sigue eligiendo a María para continuar la redención y salvar a los hombres. En estos tiempos en que el demonio ha lanzado el desafío a Dios, disputándole la humanidad entera; María será la que nos traerá nuevamente a Jesucristo al mundo. Por eso es necesario que tengamos gran devoción a Aquella que está primera en el Corazón de la Santísima Trinidad, porque si María nos tiene primeros en su Corazón Inmaculado, nuestra salvación no solo está asegurada, sino que nuestra gloria en el Cielo será muy grande. Pensemos estas cosas y amemos cada vez más a María, entregándonos a Ella.

¡Dulce Corazón de María!

¡Sé la salvación del alma mía!

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¿Por qué he creado esta sección?

San Luis María Grignion de Montfort, en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, lo responde así:

MARÍA EN EL DESIGNIO DE DIOS 

Por medio de la Santísima Virgen vino Jesucristo al mundo y por medio de Ella debe también reinar en el mundo.

María es un misterio

a) A causa de su humildad 

La vida de María fue oculta. Por ello, el Espíritu Santo y la Iglesia la llaman alma mater: Madre oculta y escondida. Su humildad fue tan grande que no hubo para Ella anhelo más firme y constante que el de ocultarse a sí misma y a todas las criaturas, para ser conocida solamente de Dios.

Ella pidió pobreza y humildad. Y Dios, escuchándola, tuvo a bien ocultarla en su concepción, nacimiento, vida, misterios, resurrección y asunción, a casi todos los hombres. Sus propios padres no la conocían. Y los ángeles se preguntaban con frecuencia uno a otro: ¿Quién es ésta? (Cant. 8, 5). Porque el Altísimo se la ocultaba. O, si algo les manifestaba de Ella, era infinitamente más lo que les encubría. 

b) Por disposición divina

Dios Padre, a pesar de haberle comunicado su poder, consintió en que no hiciera ningún milagro, al menos portentoso, durante su vida.

Dios Hijo, a pesar de haberle comunicado su sabiduría, consintió en que Ella casi no hablara.

Dios Espíritu Santo, a pesar de ser Ella su fiel esposa, consintió en que los Apóstoles y Evangelistas hablaran de Ella muy poco y sólo cuanto era necesario para dar a conocer a Jesucristo. 

c) Por su grandeza excepcional 

María es la excelente obra maestra del Altísimo. Quien se ha reservado a sí mismo el conocimiento y posesión de Ella.

María es la Madre admirable del Hijo. Quien tuvo a bien humillarla y ocultarla durante su vida, para fomentar su humildad, llamándola mujer (Jn. 2, 4; 19, 26), como si se tratara de una extraña, aunque en su corazón la apreciaba y amaba más que a todos los ángeles y hombres.

María es la fuente sellada (Cant. 4, 12), en la que sólo puede entrar el Espíritu Santo, cuya Esposa fiel es Ella.

María es el santuario y tabernáculo de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnífica y maravillosamente que en ningún otro lugar del universo, sin exceptuar los querubines y serafines: a ninguna criatura, por pura que sea, se le permite entrar allí sin privilegio especial.

Digo con los santos, que la excelsa María es el paraíso terrestre del nuevo Adán, quien se encarnó en él por obra del Espíritu Santo para realizar allí maravillas incomprensibles. Ella es el sublime y divino mundo de Dios, lleno de bellezas y tesoros inefables. Es la magnificencia del Altísimo, quien ocultó allí, como en su seno, a su Unigénito y con Él todo lo más excelente y precioso.

¡Oh qué portentos y qué misterios ha ocultado Dios en esta admirable criatura, como Ella misma se ve obligada a confesarlo, no obstante su profunda humildad: ¡El Poderoso ha hecho obras grandes en mí! (Lc. 1, 49) El mundo los desconoce porque es incapaz e indigno de conocerlos.

Los santos han dicho cosas admirables de esta ciudad Santa de Dios. Y, según ellos mismos testifican, nunca han estado tan elocuentes ni se han sentido tan felices como al hablar de Ella. Todos a una proclaman que:

– La altura de sus méritos, elevados por Ella hasta el trono de la Divinidad, es inaccesible.

– La anchura de su caridad, dilatada por Ella más que la tierra, es inconmensurable.

– La grandeza de su poder, que se extiende hasta sobre el mismo Dios, es incomprensible.

– Y, en fin, la profundidad de su humildad y de todas sus virtudes y gracias es un abismo insondable.

¡Oh altura incomprensible! ¡ Oh anchura inefable! ¡Oh grandeza sin medida! ¡Oh abismo impenetrable! (cfr. Ef. 3, 18; Apoc. 21, 15-16).

Todos los días, del uno al otro confín de la tierra, en lo más alto del cielo y en lo más profundo de los abismos, todo pregona y exalta a la admirable María. Los nueve coros angélicos, los hombres de todo sexo, edad y condición, religión, buenos y malos, y hasta los mismos demonios, de grado o por fuerza, se ven obligados, por la evidencia de la verdad, a proclamarla bienaventurada.

Todos los ángeles en el cielo, dice san Buenaventura, le repiten continuamente: “¡Santa, santa, santa María! ¡Virgen y Madre de Dios!”, y le ofrecen todos los días millones y millones de veces la salutación angélica: “Dios te salve, María...”, prosternándose ante Ella y suplicándole que, por favor, los honre con alguno de sus mandatos. “San Miguel, llega a decir san Agustín, aun siendo el príncipe de  toda la milicia celestial, es el más celoso en rendirle y hacer que otros le rindan toda clase de honores, esperando siempre sus órdenes para volar en socorro de alguno de sus servidores”.

Toda la tierra está llena de su gloria, particularmente entre los cristianos que la han escogido por tutelar y patrona de varias naciones, provincias, diócesis y ciudades. ¡Cuántas catedrales no se hallan consagradas a Dios bajo su advocación! ¡No hay Iglesia sin un altar en su honor, ni comarca ni región donde no se dé culto a alguna de sus imágenes milagrosas, donde se cura toda suerte de enfermedades y se obtiene toda clase de bienes! ¡Cuántas cofradías y congregaciones en su honor! ¡Cuántos institutos religiosos colocados bajo su nombre y protección! ¡Cuántos congregantes en las asociaciones piadosas, cuántos religiosos en todas las Órdenes! ¡Todos publican sus alabanzas y proclaman sus misericordias!

No hay siquiera un pequeñuelo que, al balbucir el Avemaría, no la alabe. Ni apenas un pecador que, aunque obstinado, no conserve alguna chispa de confianza en Ella. Ni siquiera un solo demonio en el infierno que, temiéndola, no la respete. 

María no es suficientemente conocida 

Es, por tanto, justo y necesario repetir con los santos: DE MARIA NUNQUAM SATIS:  María no ha sido aún alabada, ensalzada, honrada y servida como se debe. Merece aún mejores alabanzas, respeto, amor y servicio.

Debemos decir también con el Espíritu Santo: Toda la gloria de la Hija del rey está en su interior (Sal. 45, 14). Como si toda la gloria exterior que el cielo y la tierra le rinden a porfía, fuera nada en comparación con la que recibe interiormente de su Creador y que es desconocida a criaturas insignificantes, incapaces de penetrar el secreto de los secretos del Rey.

Debemos también exclamar con el Apóstol: El ojo no ha visto, el oído no ha oído, a nadie se le ocurrió pensar... (1 Cor. 2, 9) las bellezas, grandezas y excelencias de María, milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de la gloria. “Si quieres comprender a la Madre –dice un santo– trata de comprender al Hijo. Pues Ella es digna Madre de Dios”.

¡Enmudezca aquí toda lengua! 

Hay que conocer mejor a María 

El corazón me ha dictado cuanto acabo de escribir con alegría particular para demostrar que la excelsa María ha permanecido hasta ahora desconocida y que ésta es una de las razones de que Jesucristo no sea todavía conocido como debe serlo. De suerte que si el conocimiento y reinado de Jesucristo han de dilatarse en el mundo –como ciertamente sucederá– esto acontecerá como consecuencia necesaria del conocimiento y reinado de la Santísima Virgen, quien lo trajo al mundo la primera vez y lo hará resplandecer la segunda.