Ejemplo 50.
Sucedió en la tarde del 22 de abril de 1925, víspera de la Coronación canónica de la Virgen del Carmen, en Jerez de la Frontera. Una jovencita de diecisiete años rogaba al P. Luis María Llop se apiadase de su dolor y saliera a auxiliar a su querido padre, que se hallaba poseído del demonio y por más conatos y esfuerzos que hacía el infeliz, ayudado por su buena esposa y por su hija, no conseguía vencer el obstáculo que se le oponía al ir a traspasar el cancel de la iglesia. Su padre era descreído y ateo, pero ahora sentía vivo interés por entrar en el templo y arrodillarse ante la imagen de la Virgen. Al ver que no lograba realizarlo, le rogaba le impusiera el Santo Escapulario allí mismo, a ver si la Madre de Dios se apiadaba de ellas y le otorgaba benévola su petición.
Así lo hizo el P. Llop. Inmediatamente después decía aquel hombre lleno de emoción:
–“¡Bendita seas, hija mía, pues como eres un ángel, la Virgen te ha escuchado para atraernos hacia su Hijo y devolverme la paz del corazón! Quiero verla, quiero verla y rezarle para que se apiade de mi alma”.
Entró en la iglesia de rodillas hasta el presbiterio, subió luego al camarín y allí oró con fervor extraordinario por espacio de media hora, pasada la cual levantóse como movido de un resorte, y, dirigiéndose a su amada hijita, le dijo:
–“Tú has pedido a la Santísima Virgen que me confiese, y yo quiero hacerlo, siento verdadera necesidad; así que marchaos vosotros al hotel y cenad tranquilamente, que yo quiero quedar toda esta noche en la iglesia para asistir a la Adoración Nocturna”.
Madre e hija, abrazadas a su cuello y llorando de emoción y alegría, le decían, entre sollozos:
–“Nosotras no tenemos apetito, ni deseamos otro alimento alguno más que ese Pan de Ángeles que deseamos recibir juntamente contigo”.
Allí permanecieron junto al Sagrario, arrodillados casi toda la noche. Se confesó con gran arrepentimiento y comulgaron los tres en la primera misa.
Ejemplo 51.
En la ciudad de Toro (Zamora) sucedió el siguiente caso, por los años de 1918: Un quincallero, sujeto de chapa, valiente, desgarrado, blasfemo y acaso también discípulo aventajado de Caco, tuvo un encuentro con uno de su estofa, del cual salió cosido a puñaladas. Llevado al hospital, los médicos le pronosticaron pocos días de vida. Enterado de ello un P. Carmelita, se fue inmediatamente a visitarlo. Al verlo el enfermo, se desató en blasfemias contra todo lo divino y humano. Dióle a entender el buen Padre, muy cortésmente, que, visitando en el hospital a todos, no era bien quedarse él sin su visita, máxime siendo un forastero. Desde el hospital se fue el Padre al púlpito, donde aquella tarde había de predicar, y, terminado el sermón, rezó un Padrenuestro por un pobre moribundo que estaba a punto de condenarse. Al siguiente día volvió a visitarlo.
–“¿Cómo va de ayer a hoy, buen amigo?”
–“Padre fraile, ya le dije a usted que no quiero cosas de iglesias ni de curas; lo que quiero es coser a puñaladas al que me las ha dado a mí”.
–“Bueno, hombre, ahora no estás para eso. Espera a ponerte bueno y entonces ya veremos lo que hay que hacer”.
Se entretuvo con él breves instantes, por no hacérsele sospechoso. Terminado el sermón, volvió a rezar por él el Padrenuestro.
Al siguiente día notó el Padre que se hallaba algo más amansado que los anteriores días, y se atrevió a decirle:
–“Mira, hijo, tengo obligación de hacer por ti lo que pueda. Poco es ello, pero mientras se me ofrece coyuntura para cosa de más monta te voy a dejar este recuerdillo; ponte este Escapulario aunque no sea más que por ser cosa mía, de un buen amigo que te desea la salud”.
–“Bueno, como cosa de usted me lo pongo; pero siempre empiezan ustedes así, para engatusarnos”.
Con muy buen humor y con sal andaluza le refirió el Padre algunos chistes alusivos a su caso, y marchóse a predicar el cotidiano sermón. Mas, al poco rato de acabado el sermón, vienen a llamar al Padre de parte del quincallero, que se moría el pobrecito a chorros. Al llegar el buen Padre, le encuentra de rodillas en la cama:
–“Padre, dice, ¿qué me ha puesto usted al cuello que me está quemando? Pero no me lo quiero quitar, pues no sé lo que me pasa. Ya no pienso en mi enemigo; si no es para perdonarle de corazón; enséñeme usted algo de la Religión de Cristo; quiero ser como Dios manda y confesarme”.
Se confesó fervorosamente, recibió el Viático y la Unción de enfermos, muriendo el infeliz santamente cual otro San Dimas.