Actualizado el viernes 6/JUN/25

Ejemplos de la protección de la Medalla de San Benito

Preservación en los peligros

 

Ejemplo 38

 

En el mes de julio de 1847, cuatro hermanos de las Escuelas Cristianas viajaban, junto con otros dos pasajeros, en una diligencia de Lyon a París. Acababan de salir de Orleáns. Uno de los viajeros, que había hablado sobre la medalla de San Benito, ofreció una a cada uno de sus acompañantes.

Todavía estaba explicando el sentido de las letras de la medalla, cuando, súbitamente, los caballos se dispararon a todo galope y, desobedeciendo al conductor, arrastraron al vehículo hacia un rumbo fatal. La ruta estaba empedrada hasta la mitad y los obreros habían apilado las piedras que serían utilizadas en el nuevo pavimento, a lo largo de la parte ya descalzada, formando una especie de muro. Los caballos traspusieron el obstáculo y precipitaron la diligencia hacia el otro lado. El vehículo se inclinó de modo asustador, pero no llegó a darse vuelta; surcó por algunos minutos la arena y en seguida, en un abrir y cerrar de ojos, se ubicó nuevamente en el camino, parando en el momento en que la brida se cortó a causa de la violencia de los golpes. Este hecho ocurrió cerca de Châteauneuf (Loiret), aldea situada a unas dos leguas de Saint-Benoît-sur-Loire. Los habitantes del lugar, que habían presenciado tan milagrosa protección, gritaban: “¡Milagro! Ese coche aunque hubiera estado vacío, debería haber volcado”.

 

Ejemplo 39

 

En junio de 1843, cerca de Ecommoy, en la ruta de Mans a Tours, dos caballos que tiraban una diligencia se detuvieron de repente en medio de una escarpada ladera y empezaron a retroceder con una rapidez aterradora. Dos de los viajeros abrieron la puerta y saltaron al camino; el tercero, en vez de saltar, apretó una medalla de San Benito que tenía consigo; en ese momento la diligencia paró repentinamente y los caballos, que se habían precipitado hacia el costado de la carretera, volvieron al medio del camino.

 

Ejemplo 40

 

Un día de verano, en 1858, en París, hacia las cinco de la tarde, una carreta llena de numerosos paquetes estaba parada frente al Nº 4-6 de la calle Royale-Saint-Honoré. Ocupaba la mitad de la calzada y el movimiento de sus briosos caballos interrumpía la circulación y llamaba la atención de los transeúntes y moradores. Una de las riendas que sujetaba al caballo de adelante se aflojó o se cortó, y éste, retrocediendo con violencia, empinaba las patas traseras, cayendo con todo su peso sobre el otro caballo y dándole tremendas dentelladas; sólo largaba a su presa para empinarse nuevamente y recomenzar los mismos movimientos. Todos los esfuerzos del conductor, que tiraba de las riendas y golpeaba la cabeza del animal con el mango del látigo, sólo conseguían alterarlo cada vez más y la escena amenazaba prolongarse indefinidamente, a pesar de la presencia de un policía y de los consejos, que en ocasiones como esa mucha gente se pone a dar.

Un piadoso católico que asistía a tan terrible situación sabía por propia experiencia cuán poderosa es la intervención de San Benito y tuvo la idea de recurrir secretamente a la medalla, invocando al santo Patriarca. No había acabado de pronunciar la fórmula de la invocación, cuando el animal, todavía sin aliento, pasaba del paroxismo del furor a la más perfecta calma y se dejaba enganchar nuevamente.

 

Ejemplo 41

 

Ese mismo verano del año 1858, una bella mañana, dos militares uniformados, que volvían de pasear a sus caballos, estaban parados delante de la alcaldía del primer distrito y llamaban la atención de los transeúntes y ociosos de la calle Anjou-Saint-Honoré, de París. Uno de los caballos se atravesó, negándose a andar, y por más esfuerzos que hacía el jinete, no lograba sacarlo de esa posición. El animal miraba un terreno desocupado que estaba delante de la Administración, como si estuviera atado a ese lugar, y de vez en cuando se le estremecía todo el cuerpo. Un hombre lleno de fe en la virtud de la medalla de San Benito, que estaba a corta distancia, al darse cuenta de lo que sucedía, pensó que el demonio tal vez intervenía para producir aquella penosa situación. Temiendo un accidente, pronunció el conjuro cuyas iniciales están escritas en la medalla: Vade retro, satana etc.

No había terminado de pronunciar la fórmula, cuando el caballo comenzó a moverse, empinándose dos o tres veces; después volvió a quedarse inmóvil. La persona de quien hablamos se acercó poco a poco y, viendo que el apuro no había pasado, tomó la medalla de San Benito que traía consigo y comenzó a rezar interiormente: “Glorioso San Benito, rogad a Dios, para que por vuestra intercesión, haga que estos caballos se dejen guiar dócilmente por sus jinetes, y no causen ningún accidente”. Inmediatamente, el caballo rebelde retomó su camino y partió al galope al lado del otro que lo había esperado. El desconocido liberador preguntó entonces a una mujer qué se encontraba en la esquina de la calle Suresnes cuánto tiempo hacía que los jinetes estaban parados; y se enteró de que esa situación había durado quince minutos.

 

Ejemplo 42

 

Durante el invierno de 1858 a 1859, la misma persona se encontraba en la entrada de la calle Miromesnil, en París. La multitud de transeúntes, aglomerada en la calzada, atrajo su atención hacia un jinete cuyo caballo se negaba a andar. El animal se había atravesado y se mostraba insensible al látigo y las espuelas. El individuo de quien hablamos paró algunos instantes para indagar qué pasaba. Viendo que el jinete, ya impaciente, pedía y tomaba un vaso de vino, sin descender del caballo, no sólo para tener firmeza sino también para recobrar ánimo, y que el animal persistía en no querer cambiar de lugar, dedujo que allí podía haber alguna influencia demoníaca. Quiso asegurarse de ello, empleando la medalla de San Benito. Apenas pronunció la fórmula conjurante, el caballo partió al galope por la avenida Marigny. Contento con ese primer éxito, pero desconfiado de las astucias del enemigo invisible, el piadoso católico continuó su camino, acompañando con la vista al hombre y al animal. Y vio que de repente, el caballo, llegado a la mitad de la avenida, se paraba otra vez, atravesando el camino. Tomó la medalla y dijo interiormente: “Glorioso San Benito, rogad a Dios para que por vuestra intercesión, haga que ese caballo obedezca a su dueño y no le cause ningún daño”. Inmediatamente el caballo partió al galope, dobló a la derecha por la avenida Champs-Élysées y desapareció.

 

Ejemplo 43

 

El domingo 28 de noviembre de 1850, el joven Enrique S..., de catorce años, aprendiz en el establecimiento de P..., maestro esmaltador de joyas, en París, se encontró con una persona que se interesaba mucho por su familia. Lo saludó efusivamente, y cambiadas algunas palabras, le ofreció la medalla de San Benito, diciéndole que lo protegería contra los peligros que pudieran amenazarlo.

El jueves siguiente, 2 de diciembre, nuestro aprendiz bajaba resbalando por la baranda de la escalera, cuando, receloso de encontrar una persona que subía, adelantó la cabeza, perdió el equilibrio y cayó desde una altura de un piso y medio. Al caer, se golpeó la espalda contra la baranda inferior, y ese contragolpe lo arrojó hasta el último escalón, donde cayó sentado y sin ninguna herida, sintiéndose apenas medio atontado por la caída. Al cabo de un rato, subió otra vez a la oficina para continuar el trabajo, pero su patrón, temeroso de que el accidente pudiera acarrearle malas consecuencias, encontró prudente mandarlo descansar unos días a la casa de su madre. Su salud no sufrió sin embargo ningún daño y el joven atribuyó la protección insigne de que fuera objeto a la presencia de la medalla de San Benito que le habían ofrecido tan oportunamente.

 

Ejemplo 44

 

En Tours, en 1859, un joven hacía ejercicios de gimnasia en un establecimiento especializado. Estaba por hacer un ejercicio que consiste en izarse hasta el techo y tocarlo, extender el cuerpo y conservarlo paralelo al suelo, con la fuerza de los puños. Acababa de tomar la posición horizontal, cuando se quebraron los tornillos que retenían la vara y el joven cayó de espaldas desde una altura de cerca de cinco metros, cayéndole además la viga encima del pecho. El instructor que dirigía el ejercicio lanzó un grito de terror; pero el muchacho se levantó, y le mostró la medalla de San Benito, diciendo: “¡Esto me salvó la vida! Tómeme el pulso, no tengo nada”.

 

Ejemplo 45

 

En febrero de 1859, un niño todavía muy pequeño había salido de paseo al jardín de Tuilleries con su niñera. Hacia las tres de la tarde pasó por allí el emperador. El aya, muy curiosa, se puso a correr para ver el carruaje imperial, y se perdió en medio de la multitud, olvidándose del niño que estaba a su cuidado. Éste, creyéndose perdido, resolvió volver solo a la casa de sus padres, que estaba ubicada en la calle Saint-Florentin. En aquel momento, el tránsito en la calle Rivoli era tremendo. Pero el valiente niño, sin intimidarse, atravesó la calle resueltamente, llegando a la casa de los suyos, quienes al verlo regresar solo quedaron muy afligidos. Interrogado sobre la ausencia de la niñera y al oír las exclamaciones de la hermana por los peligros corridos, respondió con toda calma: “¡Pero si yo llevaba la medalla de San Benito! Cuando tenía que cruzar la calle, los coches hacían ¡frru! ¡frru!, y me dejaban pasar”.

 

Ejemplo 46

 

En 1859, una comunidad religiosa, consagrada a la educación de las niñas, acababa de mandar construir en París un gran edificio destinado a servir de dormitorio para las alumnas. Ya concluidas las obras, el dormitorio estaba listo para ser habitado; los padres, que utilizaban los locutorios establecidos en la planta baja y las alumnas, que apreciaban las excelentes condiciones del nuevo edificio, aplaudían la feliz iniciativa de la construcción; pero inesperadamente, se comienzan a oír, en todo el edificio, ciertas rajaduras que producen cierta inquietud. Al principio se las atribuía a la obra de carpintería, pero las cosas llegaron a tal punto que los padres, aterrados ante el peligro que podían correr sus hijas, hablaban de retirarlas del establecimiento. Para calmarlos, se llamó un ingeniero; pero nada lograba tranquilizarlos. A fin de no exasperarlos todavía más, las religiosas tuvieron que comprometerse a no instalar a las niñas en el dormitorio nuevo y a tomar todas las medidas necesarias para evitar cualquier accidente. Se trataba, nada más ni nada menos, que de hacer una nueva construcción; pero los recursos disponibles de la comunidad estaban agotados. Un amigo de la casa, a quien dos de las religiosas comunicaron las dificultades por las que estaban pasando, les aconsejó que recurriesen a San Benito. Sugirió que colocaran, en cada piso del nuevo edificio, una medalla del santo Patriarca y que enterraran otras en los cimientos, en los cuatro puntos cardinales, y rezaran cinco Gloria Patri en honra de la Pasión, tres Ave Marías en honor de la Santísima Virgen y otros tres Gloria Patri a San Benito. El consejo fue seguido y a partir de los días siguientes no se oyeron más aquellos ruidos y la comunidad sólo tuvo que dar gracias a Dios, a la Virgen y a San Benito por la protección tan visiblemente alcanzada.

 

Ejemplo 47

 

En julio de 1859, en París, el Sr. M... pasaba por la avenida Gabrielle montado en un caballo asustadizo. Al llegar al fondo del jardín del Elysée, uno de los jardineros estaba regando los canteros. Un carro cargado de leña estaba parado en ese lugar, a causa de un accidente que había hecho caer por tierra al caballo. El chorro de agua de la bomba espantó al caballo del Sr. M...; el animal retrocedió bruscamente una distancia de ocho metros. El jinete lo hizo volver adelante y gritó al jardinero: “¡Deje de regar!”; pero el jardinero no hizo caso y el caballo retrocedió nuevamente con el jinete. Finalmente, estimulado por el látigo y las espuelas, pasó al galope apartándose, pero se chocó tan violentamente contra el carro que se rompieron los dos arreos laterales y el estribo de acero se torció. M..., al percibir el peligro, soltó el pie del estribo; pero al inclinarse hacia la derecha, a fin de esquivar el choque, perdió el equilibrio y fue lanzado por encima de la cabeza del caballo, que saltó a su vez sobre el jinete extendido en el suelo sin siquiera tocarlo. El chorro de agua había asustado tanto al animal, que, por más que el jinete tratara de volverlo hacia el lado opuesto, el caballo se lanzaba precipitadamente sobre el carro, con la naturalidad con la que se hubiera disparado en una planicie. El jinete, que llevaba la medalla de San Benito, se levantó sin ninguna herida, sintiéndose sólo ligeramente cansado. El caballo necesitó un tratamiento de doce días para recuperarse de la peladura causada por la rodada en el anca y en el flanco. El estribo se mandó arreglar a un talabartero de la calle Suresnes, a quien algunos testigos del accidente manifestaron su vida sorpresa por el hecho de que el jinete se hubiera levantado sin ningún rasguño.

 

Ejemplo 48

 

En la primavera de 1861, un individuo estaba esperando el coche frente a su oficina en la calle Royale-Saint-Honoré, cuando vio bajar rápidamente un vehículo de alquiler, que paró de repente en medio de la calle, a pocos metros de él. Los dos caballos que conducían ese coche se pusieron atravesando la calzada y cada uno trataba de arrastrarlo por su lado. Por más que el cochero les pegaba vigorosamente con el látigo, no conseguía coordinarlos. Cada cual siguió tirando en direcciones opuestas, poniendo el coche en riesgo de chocar contra cualquier otro, pues a esa hora la afluencia de vehículos era muy intensa. Los pasajeros preocupados, asomaron la cabeza pensando en bajar. El cochero estaba desesperado. Un católico fervoroso, apenas constató la inquietud de todos, se dirigió a un changador conocido suyo que estaba en la calle, diciéndole: “Ese pobre cochero está en un gran apuro con sus caballos, pero voy a hacerlos caminar; vas a ver que no llevará mucho”. Enseguida, rezó interiormente la fórmula inscripta en la medalla de San Benito. En ese mismo instante, los dos caballos pararon, se pusieron uno junto al otro, y partieron al galope. “¿Qué tal?, dice el liberador a su vecino, ¿qué te parece el método?” “¡caramba! ¡sí que es bueno!”, respondió el otro, abriendo grandes ojos, como quien espera una explicación, que por motivos particulares, desafortunadamente, no fue posible darle.

 

Ejemplo 49

 

En una casita aislada, a cierta distancia de Rennes, vivía una pobre mujer, que acababa de perder a su marido. Conociendo el miedo que le inspiraba habitar sola aquella casa, una piadosa persona de esta ciudad le dio la medalla de San Benito, como medio de protección. En 1862 un bandido, que había sido liberado después de cumplir su sentencia, recorría la región; se le ocurrió la idea de incendiar la casita, con el objetivo de atraer a los campesinos vecinos y así tener una buena ocasión de robar sus casas, que quedarían sin vigilancia. La viuda, que en ese momento estaba en la casa de un vecino, siente de repente una inquietud extraordinaria y dice que necesita volver inmediatamente a su casa. Llega allí de prisa y ve salir una nube de humo de su pequeño establo. Al mismo tiempo avista un hombre que parecía huir a través del campo. Sin pensar en lo que hacía, sale corriendo detrás de él y reconoce a un vagabundo a quien poco antes diera de beber. Mientras lo persigue, lanza gritos que despiertan la atención del vecino, éste sale con sus empleados y reconoce en el fugitivo a un malhechor que lo había atacado de noche algún tiempo antes. No fue difícil prender al miserable y entregarlo a la justicia. Condenado nuevamente a catorce años de prisión con trabajos forzados, confesó ante las autoridades los esfuerzos hechos para incendiar la casita y declaró que al no conseguirlo, había tirado un haz de espigas encendido en el establo y luego había emprendido la huida. Esa tentativa de incendio no tuvo resultado ni en el establo ni en el resto de la casa.

 

Ejemplo 50

 

En abril de 1864, el Sr. D..., de Tours, contó que cuando estaba haciendo una cura de aguas termales en Bourbon-Lancy, uno de los veranos anteriores, un rayo cayó sobre una casa, reduciéndola a cenizas. Sólo un cuarto, habitado por dos muchachas, se salvó, sin que pudiera explicarse el prodigio. Toda la ciudad fue a observar el fenómeno. El Sr. D... también fue en compañía de algunos veraneantes. Después de examinar el lugar y oír el relato de los habitantes, no tuvo la menor duda de que se trataba de una intervención sobrenatural. Hasta le pareció que San Benito no podía ser ajeno al hecho, y sacando del bolsillo una medalla del santo Patriarca se la ofreció a las jóvenes. Apenas la vieron, exclamaron: “¡Pero si nosotras ya tenemos esa medalla! Ayer nuestro hermano, cuando fue a dar de beber a los caballos, se encontró con alguien que tenía esas medallas; le pidió una para nosotras sabiendo que nos gustaría tenerlas, y nos la dio justo algunos minutos antes de que empezara la tempestad”.

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