martes 30/DIC/25
Lc 2, 22. 36-40.
Día sexto de Navidad.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Reflexión:
La profetisa Ana no se apartaba del templo y servía a Dios con ayunos y oraciones. Y por eso mereció ver al Salvador y profetizar sobre Él. Nosotros también deberíamos poner más cuidado en mortificar nuestros sentidos con la penitencia y rezar más, de esta forma lograremos ver mejor las cosas de Dios y también podremos proclamar que Jesús es el Salvador del mundo, y lo haremos especialmente con nuestro modo de vivir y también con las palabras. El Evangelio dice que Jesús iba creciendo en gracia y en estatura, con lo cual nos da a entender que era un niño normal, pero que Él sabía que era Dios aunque quiso respetar las edades. Esto es un misterio.
Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de crecer nosotros también día a día en el conocimiento y en el seguimiento del Señor, y ser muy devotos de la infancia del Señor.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.
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