Sin rencor.
Los niños por lo general no son rencorosos, y de ellos debemos aprender también nosotros, que buscamos la infancia espiritual, a no ser rencorosos con nadie. Porque el rencor es el primer paso para el odio, y es en sí ya una forma de odio, de división y nos prepara para la venganza.
La Escritura dice que nuestro enojo no debe durar más allá de la caída del sol. Es decir, que antes que caiga la noche, debemos estar en paz con todos y no tener rencor para con ninguno.
Porque el rencor es como un movimiento que vuelve una y otra vez sobre un punto y cada vez nos vuelve a provocar los mismos sentimientos malos del enojo primero.
Tratemos de no enojarnos, porque no ganamos nada con ello, perdemos la paz, y luego nos enojamos con nosotros mismos por habernos enojado, y así se hace como un círculo que debemos romper con la caridad y la confianza en Dios.
Y para que el rencor no se apodere de nosotros, es necesario que vigilemos nuestra memoria, que es la que nos trae una y otra vez el recuerdo desgraciado y nos vuelve a provocar los mismos sentimientos negativos de odio.
Recemos mucho el Santo Rosario, para conseguir la paz y aprender a perdonar a los demás.
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En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños." (Mt 11, 25)
En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: "¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?" Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: "Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos." (Mt 18, 1-4)
Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orara; pero los discípulos les reprendían. Mas Jesús les dijo: "Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos." (Mt 19, 13-14)
Mensaje de la Virgen al Padre Gobbi, del Movimiento Sacerdotal Mariano:
24 de julio de 1974
Mi triunfo y el de mis hijos.
“Camina en la simplicidad. Yo te llevo de la mano y tú sígueme siempre. Déjate conducir por Mí; déjate alimentar por Mí, déjate mecer por Mí: como un niñito en mis brazos.
Puesto que Satanás hoy ha engañado a la mayor parte de la humanidad con la soberbia, con el espíritu de rebelión a Dios, ahora sólo con la humildad y con la pequeñez es posible encontrar y ver al Señor.
Causada por la rebelión contra Dios, por este orgullo que sólo proviene de Satanás, es la oleada de la negación de Dios, del ateísmo que amenaza verdaderamente con seducir a gran parte de la humanidad.
Este espíritu de soberbia y de rebelión ha contaminado también a una parte de mi Iglesia. Engañados y seducidos por Satanás, aun aquellos que deberían ser luz para los demás, ahora no son más que sombras que caminan en la obscuridad de la duda, de la incertidumbre, de la falta de fe.
Ya dudan de todo. ¡Pobres hijos míos, cuanto más ustedes busquen solos y con sus propias fuerzas la luz, tanto más caerán en la obscuridad!
Hoy es necesario volver a la simplicidad, a la humildad, a la confianza de los pequeños, para ver a Dios. Para lo cual Yo misma me estoy preparando este escuadrón: mis Sacerdotes, a quienes haré cada vez más pequeños para que puedan ser colmados de la luz y del amor de Dios.
Humildes, pequeños, abandonados y confiados, todos se dejarán conducir por Mí. Su débil voz tendrá un día el clamor de un huracán, y uniéndose al grito de victoria de los Ángeles, hará resonar en todo el mundo el potente grito: “¿Quién como Dios? ¿Quién como Dios?”
Será entonces la definitiva derrota de los soberbios y el triunfo mío y de mis pequeños hijos.”