Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
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Dios te salve,
Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve.
A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito
de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
V. Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
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Esta oración, que en su forma actual ya se conocía en el s. XVI, nos recuerda
el gran misterio de la Encarnación, por el cual María fue elevada a la excelsa
dignidad de Madre de Dios.
Se reza tres veces al día: al amanecer, al mediodía y al atardecer.
Se debe rezar de rodillas, excepto el Sábado por la tarde y el Domingo, que se
reza de pie, en recuerdo de la resurrección de Jesús.
V. El Ángel del
Señor Anunció a María.
R. Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Dios te salve, María...
V. He aquí la esclava del Señor.
R. Hágase en mí según tu palabra.
Dios te salve, María...
V. Y el Verbo se hizo carne.
R. Y habitó entre nosotros.
Dios te salve, María...
V. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oremos:
Infunde, Señor, tu gracia en nuestras almas, a fin de que habiendo conocido por
la voz del Ángel el Misterio de la Encarnación de tu divino Hijo, podamos, por
los méritos de su Pasión y de su Cruz, alcanzar la gloria de la Resurrección.
Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
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Esta antífona, que data del s. X, se reza durante el tiempo pascual en vez del Ángelus (siempre de pie)
V. Reina del
Cielo, alégrate, aleluya.
R. Porque Aquel, a Quien mereciste llevar, aleluya.
V. Resucitó según dijo, aleluya.
R. Ruega por nosotros a Dios, aleluya.
V. Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya.
R. Porque resucitó el Señor verdaderamente, aleluya.
Oremos:
Oh Dios, que has alegrado al mundo por la Resurrección de tu Hijo, Nuestro Señor
Jesucristo, concédenos, por la intercesión de su Madre, la Virgen María,
alcanzar los gozos de la Vida eterna. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
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(Lc. 1, 46-55)
Mi alma canta la
grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha
hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que le
temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono, y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había
prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para
siempre.
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Bendita sea tu
pureza,
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A ti, celestial Princesa,
Virgen sagrada María,
yo te ofrezco en este día
alma, vida y corazón;
mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.
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Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial, ten
piedad de nosotros.
Dios Hijo Redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santa Trinidad, un solo Dios,
Santa María, ruega por
nosotros.
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las vírgenes,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
Madre de la divina gracia,
Madre purísima,
Madre castísima,
Madre virginal,
Madre sin mancha,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable,
Madre del buen consejo,
Madre del Creador,
Madre del Salvador,
Virgen prudentísima,
Virgen digna de veneración,
Virgen digna de alabanza,
Virgen poderosa,
Virgen clemente,
Virgen fiel,
Espejo de justicia,
Sede de la sabiduría,
Causa de nuestra alegría,
Vaso espiritual,
Vaso de honor,
Vaso insigne de devoción,
Rosa mística,
Torre de David,
Torre de marfil,
Casa de oro,
Arca de la alianza,
Puerta del cielo,
Estrella de la mañana,
Salud de los enfermos,
Refugio de los pecadores,
Consuelo de los afligidos,
Auxilio de los cristianos,
Reina de los ángeles,
Reina de los patriarcas,
Reina de los profetas,
Reina de los apóstoles,
Reina de los mártires,
Reina de los confesores,
Reina de las vírgenes,
Reina de todos los santos,
Reina concebida sin pecado original,
Reina asunta a los cielos,
Reina del sacratísimo Rosario,
Reina de la paz,
Reina de la familia,
Cordero de Dios que quitas los
pecados del mundo,
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los
pecados del mundo,
escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los
pecados del mundo,
ten misericordia de nosotros.
V. Ruega por nosotros, Santa
Madre de Dios.
R. para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oremos: Concédenos, Señor y Dios nuestro, que podamos gozar de la salud del alma y del cuerpo, y por la intercesión de la Santísima Virgen María, líbranos de las tristezas de este mundo y danos la eterna alegría. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
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(s. VII)
Salve, Reina de los cielos
y Señora de los ángeles;
salve raíz, salve puerta,
que dio paso a la luz del mundo.
Alégrate, Virgen gloriosa
entre todas la más bella;
salve, agraciada doncella,
y ruega a Cristo por nosotros.
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Dios te salve, María, Hija de Dios Padre.
Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo.
Dios te salve, María, Esposa del Espíritu Santo.
Dios te salve, María, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad.
Gloria al Padre...
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(s. XI)
Madre del Redentor, virgen fecunda,
puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar,
socorre al pueblo que cae
y que procura levantarse.
Tú que engendraste,
ante el asombro del mundo,
a tu santo Creador,
virgen antes y después, de haber recibido
el anuncio del ángel Gabriel,
ten piedad de nosotros, pecadores.
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(s. IX)
Salve, del mar estrella,
Salve, madre sagrada
De Dios y siempre virgen.
Puerta del cielo santa.
Tomando de Gabriel
El Ave, Virgen alma,
Mudando el nombre de Eva,
Paces divinas trata.
La vista restituye,
Las cadenas desata,
Todos los males quita,
Todos los bienes causa.
Muéstrate madre, y llegue
Por ti nuestra esperanza
A quien, por darnos vida,
Nació de tus entrañas.
Entre todas piadosa,
Virgen, en nuestras almas,
Libres de culpa, infunde
Virtud humilde y casta.
Vida nos presta pura,
Camino firme allana;
Que quien a Jesús llega,
Eterno gozo alcanza.
Al Padre, al Hijo, al Santo
Espíritu alabanza;
Una a los tres les demos,
Y siempre eternas gracias.
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Oración de Pío XII a María Reina
Desde lo profundo de esta tierra de lágrimas, en que la humanidad dolorida se arrastra trabajosamente; en medio de las olas de este nuestro mar perennemente agitado por los vientos de las pasiones, elevamos los ojos a ti, Madre amadísima, para reanimarnos contemplando tu gloria y para saludarte como Reina y Señora de los cielos y de la tierra, como Reina y Señora nuestra.
Con legítimo orgullo de hijos, queremos exaltar ésta tu realeza y reconocerla como debida por la excelencia suma de todo tu ser, dulcísima y verdadera Madre de Aquel que es Rey por derecho propio, por herencia y por conquista.
Reina e impera, Madre y Señora, señalándonos el camino de la santidad, dirigiéndonos y asistiéndonos, a fin de que nunca nos apartemos de él.
Lo mismo que ejercitas en lo alto del cielo tu primacía sobre las milicias angélicas, que te aclaman por su Soberana, y sobre las legiones de los santos, que se deleitan con la contemplación de tu refulgente belleza, así también reina sobre el género humano, particularmente abriendo las sendas de la fe a cuantos todavía no conocen a tu divino Hijo.
Reina sobre la Iglesia, que profesa y celebra tu suave dominio y acude a ti como refugio seguro en medio de las adversidades de nuestros tiempos. Mas reina especialmente sobre aquella parte de la Iglesia que está perseguida y oprimida dándole fortaleza para soportar las contrariedades, constancia para no ceder a injustas presiones, luz para no caer en las asechanzas del enemigo, firmeza para resistir a los ataques manifiestos, y en todo momento, fidelidad inquebrantable a tu reino.
Reina sobre las inteligencias, a fin de que busquen solamente la verdad; sobre las voluntades, a fin de que persigan solamente el bien; sobre los corazones, a fin de que amen únicamente lo que Tú misma amas.
Reina sobre los individuos y sobre las familias, al igual que sobre las sociedades y naciones; sobre las asambleas de los poderosos, sobre los consejos de los sabios, lo mismo que sobre las sencillas aspiraciones de los humildes.
Reina en las calles y en las plazas, en las ciudades y en las aldeas, en los valles y en las montañas, en el aire, en la tierra y en el mar, y acoge la piadosa oración de cuantos saben que tu reino es reino de misericordia, donde toda súplica encuentra acogida, todo dolor consuelo, alivio toda desgracia, toda enfermedad salud, y donde, como a una simple señal de tus suavísimas manos, de la muerte misma brota alegre vida.
Concede que quienes ahora te aclaman en todas las partes del mundo y reconocen como Reina y Señora, puedan un día en el cielo gozar de la plenitud de tu reino, en la visión de tu Hijo divino, el cual, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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Plegaria de Juan Pablo II a la Santísima Virgen de Guadalupe
Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia, tú que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión por todos aquellos que recurren a tu protección, escucha la oración que te dirigimos con filial confianza, y preséntala a tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio oculto y silencioso, nosotros pecadores te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor. Te consagramos también nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrías, nuestras debilidades y nuestros dolores.
Concede la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos, puesto que todo lo que tenemos y lo que somos lo confiamos a tus cuidados, Señora y Madre nuestra.
Queremos ser completamente tuyos y recorrer contigo el camino de la plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia: tennos siempre amorosamente de la mano.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que guíen a los fieles por los senderos de una intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Mira cuán grande es la mies, e intercede ante el Señor para que infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios y conceda abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza, con el mismo amor con que tú concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege nuestras familias, para que permanezcan siempre unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con piedad, enséñanos a ir continuamente hacia Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, y retornar a Él, por medio de la confesión de nuestras culpas y pecados en el sacramento de la Penitencia que da tranquilidad al alma. Te suplicamos nos concedas un amor muy grande por todos los santos sacramentos, que son como los signos que tu Hijo nos ha dejado sobre la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de la malicia y del odio, podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que nos viene de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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Oración de Santo Tomás de Aquino a María Santísima
Bienaventurada y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, tesoro de toda bondad, hija del Soberano Rey, dominadora de los ángeles, madre del Creador, arrojo al seno de tu misericordia, hoy y todos los días de mi vida, mi cuerpo y mi alma, todas mis acciones, mis pensamientos, mis voluntades, mis deseos, mis palabras, mis obras, mi vida toda y también mi muerte, para que, por tus sufragios, todo ello tienda al bien, según la voluntad de tu querido Hijo, nuestro Señor Jesucristo; para que tú seas, santísima Soberana mía, mi ayuda y mi consolación en toda asechanza del antiguo adversario y de todos mis enemigos.
De tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, dígnate obtenerme la gracia que me permitirá resistir a las tentaciones del mundo, de la carne, del demonio, y tener siempre firme propósito de nunca más volver a pecar, sino de perseverar en tu servicio y en el de tu Hijo amado.
Te ruego también, Santísima Soberana mía, que me obtengas verdadera obediencia, verdadera humildad de corazón, para que me reconozcas en verdad como un miserable y frágil pecador, impotente no solamente para acometer la menor obra buena, sino también para resistir los continuos ataques, sin la gracia y el socorro de mi Creador y sin tus santas súplicas.
Obtén para mí, también, dulcísima Soberana mía, una perpetua castidad de alma y cuerpo, para que con corazón puro y cuerpo casto pueda servir a tu amado Hijo y a ti misma en el estado de vida al cual he sido llamado.
Obtén para mí, del Hijo tuyo, la pobreza voluntaria, con la paciencia y la tranquilidad del alma, para que pueda soportar las tareas de mi estado para mi salvación y la de mis hermanos.
Obtén para mí, además, dulcísima Soberana, una caridad verdadera, que me haga amar de todo corazón a tu Hijo santísimo, nuestro Señor Jesucristo, y a ti, después de Él, por sobre toda cosa, y al prójimo en Dios y por Dios, de tal suerte que me regocije del bien, que me aflija del mal, que a nadie desprecie, que nunca juzgue temerariamente, que nunca, en el secreto de mi corazón, me prefiera a persona alguna.
Haz también, Reina del cielo, que una siempre en mi corazón el temor y el amor de tu dulce Hijo; que le dé gracias sin cesar por todos los beneficios que me vienen, no de mis méritos, sino de su pura bondad, y que haga una confesión pura y sincera de mis pecados juntamente con una penitencia verdadera por ellos, para merecer gracia y misericordia.
Te suplico también, única Madre mía, puerta del cielo y abogada de los pecadores, que no permitas que, al fin de mi vida, yo, tu indigno servidor, me aparte de la santa fe católica; socórreme en ese momento, según tu gran misericordia y con todo tu amor, defiéndeme de los malos espíritus; que por la gloriosa Pasión de tu Hijo bendito y por tu propia intercesión, al tiempo que llenas mi corazón de esperanza, alcánzame de Jesús el perdón de mis pecados, de suerte que, muriendo en tu amor y el suyo, me guíes por el camino de la salvación y la felicidad. Amén.
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Oración de San Cirilo de Alejandría durante el Concilio de Éfeso
Te saludamos, María, Madre de Dios, venerable tesoro del mundo entero, luz nunca extinguida, corona de la virginidad, cetro de la ortodoxia, templo jamás destruido que contiene al Incontenible, madre y virgen. Por ti es bendecido en los Santos Evangelios aquel que viene en el nombre del Señor. Te saludamos a ti que has contenido al Incontenible en tu seno virginal y santo. Por ti es santificada la Trinidad; por ti se alegra el cielo; por ti los ángeles y los arcángeles se regocijan; por ti son arrojados los demonios; por ti el tentador, el diablo, es precipitado desde el cielo; por ti la criatura caída es elevada a la gloria; por ti toda la creación, prisionera de la idolatría, llega al conocimiento de la verdad; por ti todos los fieles obtienen el Bautismo y el óleo de la alegría; por ti se han fundado iglesias en el mundo entero; por ti los pueblos han alcanzado la conversión.
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Consagración breve a la Santísima Virgen María de San Luis María Grignion de Montfort
¡María Inmaculada, bondadosísima Soberana mía, cuánto me regocijo en ser tu esclavo de amor! Te entrego y consagro mi cuerpo y mi alma, con todos mis bienes interiores y exteriores, naturales y sobrenaturales, pasados, presentes y futuros. Quiero también en este día ganar cuantas indulgencias pueda y te las entrego. Queridísima Madre mía, renuncio a mi propia voluntad, a mis pecados, disposiciones e intenciones; quiero lo que tú quieras; me arrojo a tu Corazón abrasado de amor, divino molde en el que debo formarme, y en él me escondo y me pierdo para rogar, obrar y sufrir siempre por ti y contigo a la mayor gloria de tu divino Hijo Jesús. Amén.
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Consagración de San Francisco de Sales
Santísima Virgen María, Madre de Dios, yo, aunque totalmente indigno de ser recibido en el número de tus siervos, confiado sin embargo en tu admirable piedad y movido con deseo de servirte, le elijo hoy, delante de tu castísimo esposo San José, de mi ángel custodio y de toda la corte celestial, por especial Señora, Patrona y Madre; propongo firmemente seguirte en adelante, obedecerte y procurar que otros te ofrezcan su servicio.
A ti pues, Madre clementísima, por la santísima sangre de tu santísimo Hijo, te suplico que te dignes admitirme entre tus hijos y me alcances de Dios la gracia de agradarte a ti y a Dios en todo momento con mis pensamientos, palabras y obras. Acuérdate también de mí en la hora de mi muerte. Amén.
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Acto de consagración a María Santísima de Juan Pablo II
Virgen Madre de Dios,
haz que yo sea todo tuyo.
Tuyo en la vida,
tuyo en la muerte,
tuyo en el sufrimiento,
en el miedo y en la miseria;
tuyo en la cruz
y en el doloroso consuelo,
tuyo en el tiempo y en la eternidad.
Virgen Madre de mi Dios,
haz que yo sea todo tuyo. Amén.
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Acto de consagración a la Virgen del Rosario de San Nicolás
¡Oh Madre quiero consagrarme a ti!
Virgen María, hoy consagro mi vida a ti;
siento necesidad constante de tu presencia en mi vida.
para que me protejas, me guíes y me consueles.
Sé que en ti mi alma encontrará reposo
y la angustia en mí no entrará,
mi derrota se convertirá en victoria,
mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.
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Oración del P. Leoncio de Grandmaison
Santa María, Madre de Dios, consérvame un corazón de niño, puro y transparente como un manantial; dame un corazón sencillo que no rumie sus tristezas; un corazón magnífico para la entrega, delicado para la compasión; un corazón fiel y generoso que no olvide ningún bien, ni guarde rencor por ningún mal. Dame un corazón manso y humilde, que ame sin exigir agradecimiento, gozoso de borrarse en otro corazón delante de tu Hijo Jesús; dame un corazón grande e indomable, que ninguna ingratitud cierre y ninguna indiferencia canse; un corazón atormentado por la gloria de Jesucristo, herido de su amor con una llaga que sólo se cierre en la eternidad. Amén.
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Oración para ser un verdadero apóstol
P. F. Lelotte
Señora, Reina de los Apóstoles. Tú has traído a Cristo al mundo.
Tú has sido el primer apóstol de tu Hijo, llevándole a Isabel y a Juan Bautista, presentándole a los pastores, a los amigos, a Simeón.
Tú reuniste a los Apóstoles, en el retiro del Cenáculo, antes de su dispersión por el mundo, y les comunicaste tu fervor.
Dame un alma vibrante y generosa, combativa y acogedora a la vez. Un alma que me impulse a dar testimonio, en todo momento, de que Cristo, tu Hijo, es la luz del mundo.
Que Él es el único que tiene palabras de vida eterna, y que los hombres solamente hallarán la paz cuando se establezca su Reino.
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Beato Agustín Pro
Déjame pasar la vida, Madre mía, acompañando tu soledad amarga y tu dolor profundo. Déjame sentir en el alma el triste llanto de tus ojos y el desamparo de tu corazón.
No quiero en el camino de mi vida saborear las alegrías de Belén adorando en tus brazos virginales al Niño Dios. No quiero gozar en la casita de Nazaret de la amable presencia de Jesucristo. No quiero acompañarte en tu asunción gloriosa entre coros de ángeles. Quiero en mi vida las burlas y mofas del Calvario; quiero la agonía lenta de tu Hijo; el desprecio, la ignominia, la infamia de la cruz; quiero estar a tu lado, Virgen dolorosísima, fortaleciendo mi espíritu con tus lágrimas, consumando mi sacrificio con tu martirio, sosteniendo mi corazón con tu soledad, amando a mi Dios y tu Dios con la inmolación de mi ser.
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Oración a la Santísima Virgen por la Iglesia
Pablo VI
Virgen María, Madre de la Iglesia, a ti encomendamos la Iglesia.
Tú, auxilio de los Obispos, protégelos y ayúdalos en su misión apostólica, lo mismo que a cuantos los secundan en su ardua fatiga, ya sean sacerdotes, religiosos o seglares.
Tú que por tu mismo Hijo, en el momento de su muerte redentora, fuiste presentada como Madre al discípulo amado, acuérdate del pueblo cristiano que a ti se acoge.
Acuérdate de todos tus hijos, confiere valor a sus oraciones ante Dios, conserva sólida su fe, fortifica su esperanza y aumenta su caridad.
Acuérdate de los que se hallan en medio de las tribulaciones, en las necesidades y en los peligros, y especialmente de aquellos que sufren persecuciones y se encuentran en la cárcel por motivo de su fe. A todos ellos, Virgen Santísima, impétrales la fortaleza y apresura el suspirado día de la justa libertad.
Mira con ojos benignos a nuestros hermanos separados y dígnate unirnos, Tú que has engendrado a Cristo, puente de unión entre Dios y los hombres.
Templo de la luz sin mancha ni sombra, intercede ante la presencia de tu Hijo Unigénito, mediador de nuestra reconciliación con el Padre, a fin de que se apiade de nuestras faltas y aleje toda discordia de entre nosotros, dando a nuestros espíritus la dicha de amar.
A tu Corazón Inmaculado, María, encomendamos finalmente todo el género humano; llévalo al conocimiento del único y verdadero Salvador Jesucristo, aleja de él el azote provocado por la culpa; da al mundo entero la paz en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor.
Y haz que toda la Iglesia pueda elevar al Dios de las misericordias un himno majestuoso de alabanza y de agradecimiento, un himno de alegría y de júbilo, puesto que ha obrado grandes cosas el Señor por tu medio, oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María. Amén.
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Oración de las mujeres cristianas a la Santísima Virgen
Pío XII
María, “llena de gracia y bendita entre las mujeres”, extiende, te lo suplicamos, la mano de tu maternal protección sobre nosotras, tus hijas, que estamos en torno a tu trono de Reina, como falanges dóciles a tus indicaciones y resueltas a realizar con tu ayuda, en nosotros mismos y en nuestras hermanas, el ideal de la verdad y de la perfección cristiana.
Nuestra mirada se fija con admiración en ti, Hija Inmaculada y predilecta del Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre delicadísima de Jesús. Obtennos de tu Hijo el poder reflejar en nosotras tus sublimes virtudes en cualquier edad y cualquier condición.
Haz que seamos puras y sin mancha en nuestros sentimientos y en nuestras costumbres; compañeras dulces, afectuosas, comprensivas para con nuestros esposos; administradoras prudentes de nuestros hogares domésticos; ciudadanas ejemplares en nuestra querida nación; hijas fieles de la Iglesia, dispuestas a dejarnos guiar por ella en el pensar y en el obrar.
Ayúdanos, María amantísima, a observar plenamente los deberes de nuestro estado y a hacer de nuestras moradas centros de vida espiritual y de caridad activa, escuelas de formación de las conciencias y jardines de todas las virtudes; asístenos a fin de que, incluso en la vida social y pública, sepamos ser un ejemplo de fe profunda, de práctica cristiana constante, de integridad incorruptible y de justo equilibrio, fundado sobre los más sólidos principios religiosos.
Bendice las intenciones que nos inspiras y las fatigas que nos ayudas a soportar, y que nos sea dado el poder ver, con tu auxilio, sus frutos abundantes en el tiempo y en la eternidad. Amén.
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Plegaria de la mujer embarazada a Nuestra Señora de la Dulce Espera
Nuestra Señora de la Dulce Espera, que en la experiencia de tu maternidad, protegida por el Espíritu Santo, has compartido nuestra esperanza, así como nuestras penas y alegrías, ya que reinas gloriosa junto a tu Hijo Jesucristo, Salvador y Señor nuestro, sabemos que quieres venir en nuestra ayuda.
Atiende esta súplica y protégenos en el momento en que confiadamente esperamos un hijo para que podamos aceptarlo con amor, educarlo en la fe cristiana y conducirlo con nuestro ejemplo hasta la casa de Dios Padre. Amén.
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Consagración del niño bautizado a la Santísima Virgen
Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, te presentamos este niño (niña) que Dios nos ha dado y confiado a nuestro cuidado y protección, y que hoy, por el santo bautismo, se ha hecho hijo (hija) de Dios y hermano (hermana) y miembro vivo de tu divino Hijo Jesús en la santa Iglesia. Te lo (la) consagramos con todo nuestro corazón, y lo (la) entregamos confiadamente a tu ternura y vigilancia maternal.
Que por tu poderosa intercesión, Dios lo (la) proteja en su alma y en su cuerpo, y lo (la) preserve de todos los males. Si algún día tuviera la desgracia de pecar, recuérdale, Madre amorosísima, que eres bondadosa con el pecador arrepentido, y condúcelo (condúcela) de nuevo a la gracia y amistad con tu divino Hijo.
Y a nosotros, sus padres y padrinos, ayúdanos a cumplir fielmente nuestras obligaciones con él (ella) y el compromiso que hemos contraído delante de Dios. Que con nuestra palabra y especialmente con nuestro ejemplo le enseñemos a creer y practicar las verdades de la fe, el amor al prójimo, el cumplimiento de la ley de Dios y el respeto a sus ministros.
Concédenos, finalmente, Santísima Virgen María, que algún día podamos juntarnos todos en la casa de nuestro Padre celestial, en la intimidad de tu Hijo y en el gozo del Espíritu Santo. Amén.
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Ahora y en la hora de nuestra muerte
Carlos A. Sáenz
Cuando me llegue el momento
de entonar mi propio oficio
uniendo mi sacrificio
al divino sacramento,
no sé si el entendimiento
se hallará libre o turbado...
Por eso va este recado
para la Madre de Dios:
que si me falla la voz
cante por mí lo callado.
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Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.