Actualizada el lunes 26/NOV/12 (Primera entrega)

Dar de beber al sediento

Sed abrasadora.

Es interesante ver que en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, cuando el rico está en medio de los tormentos del Infierno, pide a Abraham que envíe a Lázaro que moje la punta de su dedo en el agua y que toque su lengua.

¡Qué tremenda sed tienen las almas de los condenados!

Y si pensamos que los castigos del Infierno recaen especialmente en los sentidos que más pecaron en la tierra, entonces nos damos cuenta de que este rico Epulón había banqueteado mucho y bebido exquisitos vinos y bebidas de todo tipo en la tierra, y al pobre Lázaro no le había dado jamás ni siquiera un vaso de agua.

¡Qué tremenda es la sed! Pero en la tierra es pasajera, puesto que o la podemos calmar o morimos deshidratados, pero por lo menos tiene un fin. También Jesús, desde la Cruz, dijo: “Tengo sed”, una sed abrasadora. Pero fue por unas horas y luego la muerte vino a poner término a ese tormento.

En cambio en el Infierno será una sed para siempre. ¡Qué espeluznante el sólo pensarlo! Con que sólo sufriéramos la sed tremenda por un año, ya sería una verdadera locura, ¿qué será padecer sed por los siglos de los siglos?

Por eso tenemos que ser misericordiosos en este mundo con los que tienen sed, y mantener a raya nuestro paladar, que quiere gustar vinos exquisitos y bebidas deliciosas, y no recordamos las palabras del Señor, que dicen que quien recibe los bienes en vida, después, en el más allá, sufre para siempre.

¡Qué gran verdad es que debemos ser mortificados y ayudar y consolar a los hermanos, dándoles un vaso de agua fresca a quienes nos lo piden, porque el agua es de Dios, y es mejor pasar un poco de sed en este mundo, por haber calmado la sed a otros, que tener sed para siempre!

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