PORTADA

Introducción
Santa Gertrudis
San Juan Eudes
Santa Margarita María de Alacoque
P. Bernardo de Hoyos
P. Agustín de Cardaveraz
María del Divino Corazón
Benigna Consolata Ferrero
San Juan Evangelista
La herida del costado
El Reino del Corazón de Jesús
Importancia de la Consagración
Consagración
Virtudes
Promesas
Nueve Primeros Viernes
Confianza
El Corazón de Jesús al mundo
GRUPO:
Apóstoles del Sacratísimo Corazón

PortadaP. Agustín de Cardaveraz

Breve noticia 

            Aunque menos conocido, ordinariamente, que el anterior, es una de las grandes almas del Corazón de Jesús que han existido en el mundo. De él recibió el mismo P. Hoyos las primeras ideas de esta devoción; con él estaba tan unido en amistad, en ideales, en semejanza de espíritu y de favores divinos, que a primera vista no es fácil distinguir en sus escritos cuál de los dos es quien habla; él, por último, fue quien a la muerte de su joven compañero tomó por la fuerza de las cosas la bandera del Corazón de Jesús, y la paseó triunfante por las provincias del norte de la Península mientras con sus cartas movía a los demás al trabajo. 

            Nació este seráfico apóstol en Hernani el 28 de Diciembre de 1703, y entró en la Compañía el 20 de Agosto de 1721. Durante diez y nueve años (1.736-1.755) anduvo misionando toda Guipúzcoa, gran parte de Vizcaya y no pocos pueblos de la provincia de Álava, difundiendo por doquier el amor del Corazón de Jesús, y fundando centenares de Congregaciones en su honor. 

            Expulsado de España con los demás Jesuitas por orden de Carlos III, murió el 18 de Octubre de 1770 en Castel San Giovanni, cerca de Bolonia, con general opinión de santidad. 

            Las comunicaciones extraordinarias que recibía del Sagrado Corazón fueron muchísimas. Aduciremos algunos testimonios de esta alma privilegiada. 

Gran fragmento 

            Véanse algunos parrafitos de aquella carta de fuego que, a la muerte del P. Hoyos, dirigió a su Director el P. Juan de Loyola: 

            «El demonio hace todos sus esfuerzos para que los Nuestros no tomen con el debido celo el asunto; y si una vez logramos la felicidad de que nuestro amor Jesús gane de veras para Silos corazones de muchos de los Nuestros, que pueden y no hacen, se verán efectos prodigiosos en todos los fieles». 

            Excusado es decir que lo afirmado aquí por el Padre acerca de los Jesuitas, porque de ellos trataba, se debe aplicar a los demás que pusieren las condiciones exigidas. 

            «¡Ay, y cuán divino y sólido consuelo me llena todo mi corazón, con la luz que me da este Señor en su Corazón Divino, al ver lo macizo que le agrada el celo de algunos y entre ellos el de V. R.! Quisiera ver a todos, y más a los que yo bien quiero y debo, en el estado felicísimo que a estos pocos...». 

            «Alentémonos, Padre mío, con lo que veo en este centro de nuestras eternas delicias: que este amor, caridad esencialísima y centro de toda la bondad, ha de ocultar y disimular las miserias en que cada día incurrimos. En este humo divino se han de consumir, con este bálsamo se han de curar, y con este baño han de sanar nuestras almas de sus dolencias». 

            «Buscar trazas y valerse de todos los medios imaginables para este fin, que tiene por premio viaculadas inefables bendiciones que, aunque conocidas en este Divino Corazón claramente, non licet homini loqui (no es lícito hablar al hombre)» (2 Cor. 12). 

            Al Padre, lo propio que a Santa Margarita, a pesar de conocer los tesoros aquí encerrados, no le era permitido descubrirlos por entero. 

            «Ahora, últimamente, quiso su amor infinito hacer alarde y ostentación gloriosa de sus misericordias y riquezas abriendo sus inagotables preciosidades, encerradas en el tesoro inestimable de su Corazón deífico y enamorado». De nuevo la idea de riquezas, tesoros, etc., que tanto vimos en Santa Margarita. 

Deseos ardientes del Sagrado Corazón 

            «Otras veces, más manifiestamente, me ha mostrado ansias amorosas, mostrándome su Divino Corazón como consumido y exhausto con la sed ardetísima correspondiente a su amor, y con unas ansias que le oprimen de muerte por comunicarse mas y más a nuestros corazones». 

            Es ésta una de las ideas más frecuentes en el P. Cardaveraz y con mayor fuerza expresadas. 

            «Una vez sé que en la Misa me mostró mi amor Jesús su adorable Corazón, todo abrasado en amor y como en una grande opresión por las vivísimas divinas ansias que padecía y padece por comunicarse a los hombres. Quisiera cerrar los ojos, porque en estas ocasiones todo el corazón es ojos, como el carro de Ezequiel (1,18, l0 12), para no ver el sentimiento intimo que penetra el de mi amor Jesús, viendo yo que no puedo dar entero cumplimiento a los deseos de su Divino Corazón, estampando a sagrado fuego un incendio general que abrase en su amor todos los corazones humanos».

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