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PortadaCómo rezar

Rezar con humildad

 

La humildad es la base para realizar una buena oración, porque debemos reconocer que Dios es el TODO y nosotros somos la nada, y ante Dios somos insignificantes.

Dios escucha a los humildes y resiste a los soberbios.

Si queremos que Dios nos escuche en la oración, tenemos que practicar la virtud de la humildad.

El ejemplo claro lo tenemos en María Santísima, que por su oración humilde, obtuvo la Encarnación del Verbo de Dios en su purísimo seno.

Somos pobres criaturas necesitadas de todo e incapaces de hacer la menor buena acción sin la ayuda de Dios. Pensando en esta realidad, tendremos sentimientos de humildad y nos pondremos ante Dios como el mendigo que espera el óbolo.

Y Dios nos colmará de dones y favores celestiales, porque Él eleva a los humildes, y el que se humilla será ensalzado.

 

Rezar con fe

 

Ya el Señor nos ha dicho en el Evangelio que para obtener lo que pedimos en la oración, es necesario rezar con fe, porque quien no tiene fe, no conseguirá nada del Señor.

Jesús, nos instruye de que para obtener lo que pedimos en la oración, tenemos que orar como si ya hubiéramos conseguido lo que pedimos en la oración, y entonces lo obtendremos realmente.

Si Jesús, para hacer los milagros, pedía la fe para actuar, también a nosotros nos pide la fe para obrar en nuestras vidas los más portentosos milagros.

Pero nuestra fe, tenemos que reconocerlo, es muy débil y acaso nula, porque decimos que creemos pero en el fondo de nuestro corazón dudamos del poder de Dios.

A veces nos puede pasar que al mirarnos a nosotros mismos, nos decimos que Dios no nos puede favorecer porque no lo merecemos. Y esto nos pasa porque no pensamos que Jesús sí lo merece, y entonces a Él debemos unirnos cuando pedimos algo en la oración al Padre eterno.

Dios quiere actuar en nuestra vida, pero nos exige la fe. De nosotros depende. Hagamos frecuentemente actos de fe, recitando el Credo y meditando que Dios es TODOPODEROSO y que para Él no hay nada imposible.

 

Como un mendigo.

 

Dios es el Ser infinitamente rico, y nosotros, los hombres, somos extremadamente pobres. Por eso cuando nos acercamos a Dios para pedirle algo, debemos hacerlo como el mendigo se acerca a los pies de un señor generoso y bueno.

Ya lo ha cantado la Virgen en su cántico, el Magníficat, que Dios colmó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías. Por eso tenemos que ir a Dios con la actitud del que es pobre y le falta todo, porque esa es la pura verdad, ya que todo lo que tenemos es don de Dios, y lo que podemos tener en el futuro también será don suyo.

Si vamos a Dios repletos de cosas y bienes, entonces no tendremos lugar en nuestro equipaje para guardar todos los dones y gracias que Dios nos quiere otorgar. En cambio si somos pobres y vamos a Dios con los bolsos vacíos, es decir, con pobreza de espíritu, entonces sí que el Señor hará maravillas, y nos regalará tantos dones y gracias, que no podremos contenerlas y las transmitiremos a los demás hermanos, y seremos como acueductos por donde pasarán las gracias desde Dios hacia los hermanos.

No nos cansemos de pedir. Así como el mendigo no se cansa de pedir, tampoco nosotros, mendigos de Dios, no nos cansemos de pedir a Quien nos puede y nos quiere socorrer abundantemente. Y esto lo hacemos en la oración.

 

Rezar con confianza.

 

Si no rezamos a Dios y a la Virgen con confianza en el corazón, entonces será bien poco lo que obtendremos, porque Dios concede sus gracias a quienes confían en Él, y cuanto más confía un alma, tantas más gracias concede Dios. Por eso debemos prestar atención a cómo hacemos nuestra oración, si ponemos intenciones llenas de una santa ambición, y si cuando la hacemos estamos confiando en el Señor, en su bondad infinita, que da mucho, muchísimo, a quien confía mucho, muchísimo en Él.

Dios no tiene límites porque es infinito, y  sus tesoros de gracias y dones, incluso materiales, son también infinitos. Pero si bien Dios no tiene límites, nosotros los hombres sí le ponemos límites con nuestras actitudes al rezar, al pedir esos dones, puesto que con nuestra poca confianza, limitamos y es como que atamos el poder de Dios, su providencia y generosidad, y así es como que cerramos la canilla por donde nos viene el agua abundante de las gracias y favores de todo tipo.

De nosotros depende que Dios nos regale con gracias tan grandes y escogidas, y en gran cantidad, porque sólo debemos confiar en Él y en su amor por nosotros. Si hacemos así, entonces caminaremos por esta vida con alegría en el corazón, porque el Señor no nos negará nada.

 

Rezar con perseverancia.

 

Si en el mundo rige el dicho: “Persevera y triunfarás”, mucho más vale esta máxima para la vida de oración, pues quien persevera todos los días en la oración cotidiana, obtendrá con seguridad la salvación eterna.

Pero no sólo se salvará eternamente quien reza todos los días, sino que también las cosas le irán bien, incluso materialmente, puesto que Dios no se deja ganar en generosidad, y si realmente rezamos bien, en gracia de Dios, y con las mejores disposiciones e intenciones, entonces todo nos irá bien, aunque tendremos que pasar también nosotros las mismas pruebas que pasan todos, con la diferencia que saldremos siempre vencedores de ellas.

Si los hombres supiéramos todas las gracias que recibimos cuando rezamos, no dejaríamos de rezar ni por un instante.

La oración es como un recipiente con el que vamos a sacar piedras preciosas de un tesoro infinito. Y cuantas más veces vamos con nuestro recipiente a buscar el tesoro, tanto más nos enriquecemos. Cada vez que rezamos estamos yendo con ese recipiente a buscar dones maravillosos al Tesoro de Dios mismo.

Pero como estas cosas no se ven con los ojos del cuerpo, ni se palpan con las manos, entonces nos parece que la oración no es útil, y a veces dejamos de rezar, con lo cual perdemos un incalculable tesoro espiritual, y entramos de lleno en la posibilidad de condenarnos para siempre.

Perseveremos en la oración, y cantaremos victoria en la eternidad, y también en este mundo.

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