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PortadaPara qué rezar

Rezar para salvarnos

 

Ya lo dice San Alfonso María de Ligorio: "El que reza se salva, y el que no reza se condena".

Esta es una gran verdad y el motivo principal de rezar es para salvarnos, para ir al Cielo y evitar el Infierno, porque si nos condenamos lo perdemos todo y para siempre.

Dios tiene muchas gracias preparadas para nosotros, pero no nos las dará si no se las pedimos a través de la oración.

La vida del hombre sobre la tierra es una prueba. Y para salir victoriosos de esta prueba, es necesaria la ayuda de Dios, ya que sin ella somos fáciles presas del Maligno.

Pues bien, la ayuda de Dios hay que pedirla a Dios por medio de la oración.

Dios nos ha creado para el Cielo, pero "quien te creó sin ti, no te salvará sin ti", dicen los santos. Y así como Dios, para crearnos, no nos pidió permiso ni nuestra opinión; sí en cambio quiere nuestro consentimiento libre para llevarnos al Paraíso.

El que no desea el Cielo no lo alcanzará, porque no pondrá los medios necesarios para alcanzarlo, y entre estos medios el principal es la oración.

 

Rezar para no pecar.

 

Los mandamientos no pueden cumplirse sin la ayuda de Dios, y Dios ha prometido esa ayuda a aquellos que se la pidan a través de la oración.

Y en las tentaciones es cuando debemos acudir rápidamente a Dios y a la Virgen, invocándolos en nuestro auxilio, para que no nos deje caer en el pecado. Porque el Maligno es más fuerte que nosotros, y si no llamamos en nuestra ayuda a Dios y a la Virgen, entonces caeremos presas del demonio y del pecado.

Quien no reza, no espere salir vencedor en esta contienda de la vida terrena, porque está desprotegido ante un enemigo que es más fuerte que él, el demonio, y a éste se le agregan las pasiones de la propia carne y las seducciones del mundo, que entre los tres hacen un muro insalvable sin la oración.

Si Eva hubiera acudido a Dios cuando se sintió tentada por la Serpiente, entonces Dios la habría ayudado y la hubiera curado. Pero ella no acudió al Señor, y siguió el juego de la tentación. Y ya sabemos cómo terminó todo.

Así también nosotros no debemos dialogar con la tentación ni creernos que sólo con nuestras fuerzas venceremos, sino que tenemos la imperiosa necesidad de acudir a la oración a Jesús y a María, para que nos den la gracia de perseverar en la gracia de Dios y no cometer pecado.

 

Rezar para pedir.

 

Es bueno ser agradecidos con Dios, y en el Cielo le podremos dar las gracias por todo lo que ha hecho por nosotros. Pero en la tierra, lo más propio de los hombres es pedir, pues somos criaturas, necesitadas de todo, y tenemos que estar continuamente pidiendo a Dios que nos socorra en nuestra indigencia.

Pero esto lo ha querido así Dios, porque si Él nos concediera todo de una vez, con seguridad nos olvidaríamos de Dios y viviríamos como si todo fuera mérito nuestro y no de Dios.

Entonces el Señor nos ha enseñado a pedir cada día el pan cotidiano, es decir, lo que necesitamos día por día, para que estemos siempre en contacto con Dios, no por su bien, sino por nuestro bien, porque nosotros necesitamos de Dios, en cambio Él no nos necesita pues se basta a Sí mismo. En cambio nosotros, sin Él, no valemos nada.

Jesús nos ha dicho en el Evangelio que pidamos, que si pedimos recibiremos, porque si un padre de la tierra, aunque sea malo, sabe dar cosas buenas a sus hijos; ¡cuánto más el Padre del Cielo, que es la misma Bondad infinita, sabrá dar cosas excelentes y maravillosas a quienes se las pidan!

Pero no nos quedemos cortos en pedir, porque a Dios le es más fácil conceder cosas grandes, que conceder cosas pequeñas. Por eso seamos osados en pedir. “Cansemos” a Dios, como aquella viuda molestaba al juez inicuo. Seamos perseverantes en pedir, porque el que pide, recibe, dice Cristo; y si bien a veces no recibe lo que pide, siempre recibirá algo, que seguramente será lo más conveniente, porque cuando Dios no otorga algo es por nuestra falta de fe, o de perseverancia en la oración, o porque eso no es un bien para nosotros aunque no lo entendamos, o por otras causas que comprenderemos en la eternidad.

 

Rezar para agradecer.

 

Si le damos las gracias al barrendero que nos barre la calle, al empleado que nos atiende, ¿cómo no vamos a darle las gracias a Dios, que nos provee de todo y nos mantiene constantemente en la existencia por amor? Porque aunque Dios no nos concediera lo que le pedimos, ya por el sólo hecho de existir, de vivir en este mundo, tenemos que darle gracias, y eso lo hacemos por medio de la oración.

Recordemos aquel episodio de los diez leprosos que fueron curados por el Señor, y sólo uno volvió atrás a dar gracias a Dios, y sólo ése fue salvado completamente. Con esto nos quiere mostrar Cristo que el agradecimiento obtiene nuevas gracias, y por medio de la oración no sólo debemos pedir a Dios, sino decirle que lo amamos, que estamos agradecidos con Él por todo el amor que tiene para con nosotros y los seres que amamos.

Como dice la liturgia, es justo y necesario, es nuestro deber y salvación dar gracias a Dios siempre y en todo lugar.

Si meditáramos más estas palabras que sabiamente nos dirige la Iglesia, entonces nuestra vida sería un canto de agradecimiento a Dios, lo cual nos obtendría un mar de beneficios, porque quien agradece a Dios se hace objeto de la predilección de Dios, y Él colma de bienes por encima de lo imaginable, a quien se muestra agradecido.

 

Rezar para tener paz.

 

La paz es necesaria en un alma, en la familia y en el mundo, porque cuando hay paz, entonces reina Dios en el alma, en la familia y en el mundo. Y con la oración invocamos la paz y la atraemos a nosotros, a nuestra familia y al mundo entero.

Especialmente cuando rezamos el Rosario, nuestra alma se va pacificando con la repetición cadenciosa de los Padrenuestros y Avemarías, y vamos siendo envueltos por el sosiego, la calma, la paz. También al rezar la Coronilla de la Divina Misericordia, el Señor nos ha prometido que obtendremos la paz del alma.

Entonces cuando necesitemos poner en paz nuestra mente y corazón, tomemos el Rosario y comencemos a rezar, y veremos cómo en cuestión de minutos nuestro corazón alcanza la tranquilidad y la calma, y vamos tomando fuerzas y se nos va como aclarando la mente y tenemos más claridad para tomar decisiones.

Porque hay que saber que cuando tenemos el corazón turbado no conviene tomar decisiones, ya que podemos equivocarnos fácilmente. Antes comencemos a rezar, para que venga la paz a nosotros, y recién ahí dispongámonos a tomar las decisiones oportunas, bajo la influencia benéfica y pacificadora de la oración.

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