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PortadaLos Papas hablan de la oración

Casa de oración.

 

“La familia está llamada a ser templo, o sea, casa de oración: una oración sencilla, llena de esfuerzo y ternura. Una oración que se hace vida, para que toda la vida se convierta en oración.” (San Juan Pablo II)

 

Comentario:

 

Así como en la familia el niño obtiene los primeros conocimientos, las primeras ayudas para su vida, también es en la familia que el pequeño adquiere el hábito de la oración.

Si la familia es cristiana practicante, entonces en su seno se rezará, en especial el Santo Rosario, y los niños ya desde pequeños mamarán ese ambiente de recogimiento y misterio que rodea a los momentos de oración.

Los niños tienen una intuición de lo divino, pues hace poco que han salido de las manos de Dios, y tienen su recuerdo más fresco en su alma. Por ello, si son guiados hacia Jesús y María, no oponen resistencia, sino que van espontáneamente.

Ya lo ha dicho el Señor en el Evangelio: “Dejad que los niños vengan a Mí y no se lo impidáis”. Ello significa que los niños, naturalmente van a Jesús, y sólo cuando les ponen obstáculos los mayores, es que no alcanzan a encontrarlo y a seguirlo.

Volvamos en nuestra familia a rezar todas las noches, en el calor del hogar, después de un día de trabajo. Y que sea el motivo de encuentro entre nosotros el Santo Rosario alrededor de la mesa, y no el televisor, por donde entra tanto mal en nuestras casas.

Recordemos que “Familia que reza unida, permanece unida”, y en estos tiempos en que Satanás logra llevar la división al seno de muchísimas familias, al menos que la nuestra permanezca unida por la oración en común.

 

Rezar para ser santos.

 

Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. (San Juan Pablo II - Novo Millennio Ineunte)

 

Comentario:

 

Aquí el Papa Juan Pablo II nos dice que para ser santos tenemos que rezar, porque sin oración es imposible no sólo la santidad, sino la mera permanencia en gracia de Dios.

Por algo los Santos, todos los Santos, se dedicaban el mayor tiempo del día a rezar, a orar, porque de la oración sacaban fuerzas para el obrar apostólico, y sobre todo para convertir los corazones, porque no somos nosotros quienes convertimos, sino que es Dios quien convierte, y esa gracia la obtenemos por medio de la oración confiada.

Siempre el hombre tiene necesidad de rezar. Si es pecador, tiene que rezar para salir del pecado. Si vive en gracia de Dios, debe orar para no caer nuevamente. Y si es justo, debe rezar porque de lo contrario se enfriaría, con gran peligro de retroceder en el camino de la virtud.

Sabiendo estas cosas sería lógico que a partir de hoy, de ahora mismo, comencemos una vida de oración más seria, dedicándole más tiempo a la oración, pero también más calidad, tratando de rezar cada vez mejor, poniendo el corazón y el alma en cada rezo.

Siempre será verdadera aquella frase lapidaria de San Alfonso María de Ligorio: “El que reza se salva y el que no reza se condena”. No hay vuelta de hoja. O rezamos y avanzamos, o descuidamos la oración y por lo tanto decaemos en el fervor con peligro de perdernos para siempre.

 

Aprender a rezar.

 

Pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). (San Juan Pablo II - Novo Millennio Ineunte)

 

Comentario:

 

Tenemos que aprender a rezar, porque de la oración y de su eficacia depende nuestra vida y la vida de nuestros seres queridos y del mundo entero. Efectivamente en esta vida necesitamos constantemente de la ayuda de Dios para salir victoriosos de todas las pruebas que nos pone el demonio. Y entonces tenemos que recibir gracias de Dios, y éstas se obtienen ordinariamente por la oración, ya que Dios así lo ha dispuesto. Si no rezamos, no esperemos obtener nada de Dios, no esperemos salir vencedores en las pruebas de la vida. Pero para rezar, hay que rezar. Y no es un juego de palabras, sino que a rezar se aprende rezando, no hay otra forma.

Se puede decir que la oración es ese tesoro escondido en un campo, que encuentra un hombre, y vende todo lo que posee y compra aquel campo. Porque con la oración lo tenemos todo resuelto, y cuanto mejor oremos, tantas más cosas obtendremos para nosotros, para los nuestros y para la tierra entera, porque quien ora tiene al mismo Dios consigo, y es en cierta manera omnipotente, porque la oración bien hecha obtiene todo de Dios.

Toda nuestra vida debe ser un crecer en la oración, un avanzar en el trato personal y amoroso con Dios, ya que eso es la oración, que a veces se hace con palabras y oraciones ya hechas, y a veces sólo con palabras nuestras o simples suspiros del corazón, miradas de amor al Santísimo, besos a los crucifijos, y todo acto de amor a Dios y al prójimo es oración.

Un soldado que está en la guerra debe aprender a usar bien sus armas. Un cristiano está en guerra contra el Infierno, y una de las armas más eficaces que debe aprender a usar es el arma de la oración.

 

Intimidad.

 

En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4).. (San Juan Pablo II - Novo Millennio Ineunte)

 

Comentario:

 

La oración debe ser un momento de intimidad entre nosotros y la Persona a quien rezamos, ya sea Dios, la Santísima Virgen o algún Santo o Ángel. Porque la oración es un diálogo íntimo de corazón a corazón, de espíritu con espíritu, y siempre da sus frutos si la hacemos bien, porque la oración nunca queda infructuosa, sino que, si bien a veces no obtenemos lo que hemos pedido a través de ella, al menos nos obtiene otras gracias y favores celestiales y materiales más necesarios o útiles a nuestra salvación y la salvación de nuestros seres queridos.

Sabiendo esto, entonces tendremos más agrado y fuerzas para orar, porque estaremos convencidos que Dios nos escucha, que siempre atiende nuestros ruegos, y que siempre nos da lo que necesitamos.

Cada vez que rezamos nos hacemos más amigos de Dios, porque aumenta la gracia en nosotros y obtenemos gracias actuales y aumento de gracia santificante, de modo que somos más semejantes a Dios, y por lo tanto, más íntimos amigos suyos. Y ser amigos de Dios, es la mayor gracia que nos puede otorgar el Señor.

Recemos todos los días, aunque más no sean las tres avemarías diarias, porque si no rezamos nada, estaremos muy pronto siendo esclavos del pecado y por ende de Satanás.

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