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PortadaJesús habla de la oración

Forma de hacer oración

 

Y cuando oren, no sean como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres, en verdad les digo, que ya reciben su paga. (Mt 6, 5)

 

Comentario:

 

Jesús nos advierte que no debemos orar para ser vistos por los hombres. Eso no quiere decir que no sea muy conveniente rezar el Santo Rosario por las calles de la ciudad, en procesión. Lo que el Señor condena es la ostentación y la falsa oración, el querer pasar por buenos, siendo malos.

Todos tenemos algo de fariseos, y nos gusta que los demás nos vean cuando hacemos actos piadosos. Pero Jesús ha dicho que hagamos buenas obras para que los hombres nos vean y glorifiquen al Padre que está en el Cielo, no a nosotros, porque si recibimos aplausos de la gente, entonces no recibiremos nada de las manos de Dios.

Por eso el Señor dice que los que rezan así, para ser vistos, ya reciben su paga, que es la adulación del mundo. Paga bien pobre y despreciable, que no tiene comparación con la retribución que nos dará Dios si rezamos para ser vistos por Él.

La oración, como dirá después Jesús, debe ser hecha, preferentemente, en lo secreto de nuestra habitación, hablando al Padre que está en lo secreto y que nos premiará.

Dios aborrece la hipocresía. Tengamos esto presente para ajustar a ello nuestra conducta, en especial en la forma de orar.

 

Lo que somos ante Dios.

 

Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allá, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. (Mt 6, 6)

 

Comentario:

 

Nosotros somos y valemos lo que somos y valemos ante Dios, y no lo que somos y valemos ante los hombres. Los hombres podrán decir cualquier cosa de nosotros y pensar otro tanto, pero lo realmente importante es lo que dice y piensa Dios de nosotros, esa es la verdad y lo que nos debe interesar.

Así, en la oración, debemos tener cuidado de hacerla por Dios y por los hermanos, y no para ser vistos y alabados por los hombres.

Recordemos, cada vez que nos ponemos en oración ante Dios, que para Él estamos completamente desnudos, no sólo en lo corporal sino además en lo espiritual y mental, puesto que hasta los más recónditos pensamientos y hasta los más secretos repliegues del alma, Dios los ve con total claridad, sin error, sin equivocación, con misericordia infinita, pero también con justicia infinita.

Entonces, si pensamos esto antes de entrar en oración, rezaremos mejor, ya que no nos pondremos una careta ante Dios, pues no lo podemos engañar.

Seamos sinceros en la oración, y cada vez que vayamos a rezar, hagámoslo con simplicidad, sabiendo que Dios nos ama, y que también ama a todos los hombres, y por lo tanto no guardemos rencor en nuestros corazones, ya que de lo contrario Dios no escuchará nuestra oración porque no sabemos perdonar de corazón al que nos ofendió.

Como vemos en este pasaje, es bueno buscar la recompensa de Dios. Los hombres necesitamos incentivos para rezar, y por eso Dios promete bienes de todas clases si rezamos, y rezamos bien. No está mal querer ganar los méritos, bienes y premios que Dios nos promete, pues para eso Él los promete, para animarnos a rezar, ya que sin la oración no sólo no recibiremos nada, sino que perderemos hasta lo que tenemos.

 

Dios sabe lo que necesitamos.

 

Y, al orar, no hablen mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que necesitan antes de pedírselo. (Mt 6, 7-8)

 

Comentario:

 

No está en las palabras la eficacia de la oración, sino más bien en los movimientos del corazón, en las intenciones, porque Dios ve el corazón y Él sabe muy bien qué es lo que necesitamos, incluso lo sabe mejor que nosotros mismos, que muchas veces equivocamos el pedido, y no pocas veces pedimos lo material y temporal solamente, dedicando muy poco a lo espiritual y eterno.

Por eso el Señor nos quiere decir con estas palabras que vayamos confiados a Dios, sin andar con tantos preámbulos y palabrería inútil, sino que con el corazón abierto le digamos francamente al Señor lo que andamos necesitando, al menos lo que a nosotros nos parece que necesitamos y que nos hace falta, que después el Señor verá si nos lo concede o no, y no por falta de bondad de Dios, sino porque Él tiene sus motivos para retardar o negar un don, ya que el Señor ve el futuro, y lo que hoy podría ser un bien, tal vez no lo sea para el futuro o por lo que vendrá después.

Entonces nuestra oración debe ser confiada, sabiendo que Dios SIEMPRE escucha, y si no concede el don que pedimos, siempre nos concede algo igual o mejor, porque es un Padre bueno, que no se deja ganar en generosidad y quiere lo mejor para sus hijos.

 

Jesús nos enseña el Padrenuestro. 

Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan cotidiano; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. (Mt 6, 9-13). 

Comentario:

 

No hay oración más perfecta que el Padrenuestro, porque es el mismo Verbo de Dios quien la compuso, para que los hombres lo recemos pidiendo todo lo que necesitamos, ya sea en lo espiritual como en lo material.

Por eso es tan importante rezar el Rosario, ya que está compuesto de Padrenuestros y Avemarías, ambas oraciones que están en la Sagrada Escritura. La primera porque la enseñó el mismo Jesús, y la segunda fue el saludo del Ángel a la Virgen y de su prima Santa Isabel, inspirada por el Espíritu Santo.

Jesús quiere que nos dirijamos a Dios con el nombre de Padre. De modo que antes de comenzar la oración es necesario que nos pongamos en presencia de Dios, en presencia de nuestro Padre del Cielo, porque la oración no es un monólogo sino un diálogo, estamos hablando con Alguien, con Dios.

Es necesario que al comienzo de la oración hagamos actos de humildad y amor a Dios, para que la oración tenga eficacia, ya que no son las palabras sino los movimientos del corazón los que Dios ve y atiende favorablemente.

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