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Consagración
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Apóstoles del Sacratísimo Corazón

PortadaConsagración

¿QUÉ ES CONSAGRARSE? 

            Este vocablo: consagración, tomado en sentido ascético debe su vulgarización a la devoción del Corazón de Jesús. Pero suele acontecer que los nombres y las ideas al mucho vulgarizarse pierden fácilmente su fuerza y netitud primitivas; que no parece sino que en ellas se cumple en todos sentidos aquello de los dialécticos: de que las ideas cuanto ganan en extensión lo pierden en comprehensión. Algo parecido ha llegado a suceder con la de consagración. Ya se usan consagraciones para todos los santos y santas del paraíso. 

            Naturalmente que consagrarse a todo el mundo es no Consagrarse a nadie, como consagrarse a veinte oficios es término equivalente de no consagrarse a ninguno. Pero con esto sucede que a la idea de consagración se le va esfumando ya su significado exacto, y así, aun al aplicarse al Sagrado Corazón, su propio y nativo objeto, resulta, a veces, una cosa muy diversa de la que deseaba Él. Urge, pues, concretar bien este punto, sobre todo siendo tan fundamental y de cuya mala inteligencia puede perder lo mejor de su eficacia esta egregia medicina. 

Según el nombre 

            ¿Qué es consagrarse al Corazón de Jesús? La misma palabra en su significación pura deberá ya decir algo; dice tanto, que con ella sola tendríamos la Idea substancial exacta de la consagración verdadera. ¿Qué significa, pues, en general, el nombre consagración? este vocablo se aplica a muchas materias; decimos consagrar un cáliz, o cualquier vaso sagrado. ¿Y qué se entiende con ello? Dedicarlo con ceremonia especial al culto divino de tal manera, que después es ilícito y sacrílego aplicarlo a usos profanos. Como se ve, envuelve dos elementos: aplicación positiva al culto divino y aplicación exclusiva al mismo, Con igual significación hablamos de consagrarse una persona a Dios en el estado religioso; dedicarse con una ceremonia o forma peculiar al servicio divino y solo a él; y por eso se renuncia a las cosas de este mundo. De nuevo aparecen los dos elementos positivo y exclusivo. Ya en sentido más vulgar decimos también que un hombre se ha consagrado a las ciencias o al comercio; que una madre de familia está toda consagrada al cuidado de sus hijos, etc, etc. ¿Y qué entendemos con ello? Que en cuerpo y alma se han entregado a esas cosas, de manera que eso es su preocupación, su trabajo, eso absorbe su existencia; que a eso se hallan dedicados, y a eso solo, aplicación, pues, positiva y exclusiva, y cuanto más positiva y exclusiva tanto más consagración. 

            Esto entendemos los hombres por consagrarse en todas las materias en que tal vocablo usamos; por consiguiente cuando el Corazón de Jesús pidió la consagración, sin duda que entendía bajo esta palabra lo que los hombres significamos con ella, según aquel principio capital de los exégetas: cuando Dios habla con los hombres, usa las palabras de los hombres en el mismo sentido en que los hombres las usan; pues de lo contrario no podríamos entendernos. Según eso, vea el lector lo que entre los hombres se entiende por consagrarse, cambie el objeto, aplíquelo al Corazón de Jesús y tendrá la consagración en su idea capital. 

 Un pacto 

            Pero como alguien pudiera pensar que, tal vez, el Sagrado Corazón cuando hablaba de consagración no pretendía usar esta palabra en su significación estricta, acudamos de nuevo a sus escogidos confidentes para ver qué entendían con este término. 

            Según ellos, la consagración expresada en forma clara y concisa, puede reducirse a dos ideas capitales y maestras, contenidas primorosamente en aquellas palabras que el Corazón de Jesús repetía al P. Hoyos: 

            «Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas». Fórmula por otra parte que en substancia expresa con frecuencia Santa Margarita: 

            «El promete que todos los que se consagraren y sacrificaren a El...» (aquí pone diversas promesas y continúa) «tomando el cuidado de santificarlos y hacerlos grandes delante de su Padre eternal tanto, cuanto ellos se tomaren de trabajo por dilatar el reino de su amor en los corazones». 

            «Aquí tiene V. - decía al P. Croiset animándole a trabajar por dicho reino - el medio destinado, según me parece, a su santificación; pues a medida que V. trabajare en ello este Divino Corazón le santificará con su misma santidad». 

            «Y después de habernos entregado a Él del todo - escribía a la Hº. de la Barge - no debemos jamás volver a tomar lo que entregamos, y Él tendrá cuidado de santificarnos a medida que nosotros tomemos el de glorificarle». 

            Andaba la ferviente y activa Hª. Joly un poco preocupada, porque, enfrascada en los intereses del Corazón de Jesús, le parecía se olvidaba de sí misma, y contéstale la Santa: 

            «¡Oh dichoso olvido que proporcionará a V. un eterno recuerdo de este amable Corazón! Según espero no se olvidará Él de V. y de lo que por Él hace... Debe considerar como gran dicha haber sido empleada en esta santa obra. No tema olvidarse de sí por esta causa, porque la verdadera disposición que El exige de aquellos que se emplean en este asunto, es precisamente el olvido de todo interés propio. El no la olvidará en su trabajo; (antes) la contempla con placer, y se aplica a purificarla y santificaría para unirla a si mismo perfectamente, mientras y. se ocupa en glorificarle». 

            Y, escribiendo a la M. Saumaise sobre el mensaje a Luis XIV, dice:

            «¡Qué feliz, pues, será él si toma gusto a esta devoción, que le asegurará un reino eterno de honor y de gloria en este Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo! Él tomará el cuidado de elevarle y hacerle grande en el cielo delante de Dios, su Padre, tanto cuanto este gran monarca lo tomare de realzar (relever) ante los hombres los oprobios y anonadamiento, que este Divino Corazón ante ellos ha sufrido; y esto hará tributándole y procurándole los honores, el amor y la gloria que El en este asunto espera». 

            ¡Cuántas veces, pues, viene a repetir en substancia Santa Margarita aquel: «cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas», en que dijimos estaba cifrada la consagración! Puede, por lo tanto, reducirse a un pacto o convenio de dos partes, que, puestas por orden inverso del que se hallan en la frase mencionada, son: 

1)      Yo cuidaré de ti y de tus cosas.

2)      Cuida tú de Mí y de las mías. 

El pacto y el Papa Pío XII 

            El 28 de Octubre de 1945, S. S. Pío XII, dirigiéndose por radio a los católicos de la Argentina en su Centenario del Apostolado de la Oración, habla expresamente de la consagración al Corazón de Jesús, según le manifestó Nuestro Señor al P. Hoyos. Dice así, entre otras cosas, el Papa: 

            «Vosotros, dignos hijos de la República Argentina, habéis escrito toda vuestra historia bajo el signo de Jesucristo. Pero hoy, en esta hora solemne, siguiendo principalmente el ejemplo de tantas naciones hermanas vuestras de lengua y de sangre, y de la misma gran madre de la Hispanidad, habéis decidido saltar a la vanguardia, al puesto de los que no se contentan con menos que con ofrecer todo. «Cuida tú de mi honra y de mis cosas», dijo un día Nuestro Señor a uno de sus confidentes, expresando el ideal de la consagración, «que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas...» 

            «Hasta ayer, pues, podría decirse que erais todavía vuestros. Desde hoy sois, de una manera especial, de Jesucristo. Vos autem Christi! Hasta ayer disponíais de vuestra actividad y de vuestra libertad, de vuestras potencias y de vuestros bienes exteriores, de vuestro cuerpo y de vuestra alma. Desde hoy todo eso se lo habéis ofrecido al Divino Corazón, que quiere establecer su reino de amor en todos los corazones y destruir y arruinar el de Satanás. Pero, en cambio, desde ahora, cosa en realidad maravillosa, vuestras empresas lo mismo que vuestros intereses, vuestras intenciones lo mismo que vuestros propósitos, los toma El como suyos, y vosotros, saboreando por anticipado dones que son del cielo, si os abandonáis totalmente a Él y a su suavísimo imperio, podréis gozar de aquel paraíso de paz que para todo lo demás deja Indiferentes, porque todo en su comparación parece cosa despreciable». 

 Entrega de todo 

            Ahora bien, para que el Corazón Divino cuide de nosotros y de lo nuestro es preciso que entreguemos todo a El y en Él lo dejemos confiados, a fin de que disponga de todo como quisiere, sin atender para nada a nuestro gusto. Esta es la primera parte: donación universal. Esta donación de sí se encuentra a cada paso en los amigos del Corazón de Jesús. 

            «Es preciso - escribe Santa Margarita – hacer a su Sagrado Corazón un entero sacrificio de sí misma y de todo cuanto de V. depende sin reserva...; darle la gloria de todo, tributarle acción de gracias así en el bueno como en el mal resultado de nuestras empresas, y quedar siempre contentas, sin inquietarnos por nada... 

            Después de lo cual no debe V. ya mirarse, sino como perteneciente y dependiente del adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo... ». 

            A la Hª. de la Barge vimos cómo, explicándole la consagración, le exigía: 

            «Una vida de sacrificio, de abandono y de amor: de sacrificio de todo lo que sea a V. más querido y le cueste más; de abandono total de sí misma a los cuidados de su amorosa dirección, tomándole como guía en el camino de la salvación...». 

            «Os invito a que (le) hagáis una entera donación de todo vuestro ser espiritual y corporal, y de todo cuanto habréis de hacer y habéis hecho, a fin de que, después de haber Él purificado y consumido todo cuanto no le agrade, pueda disponer de ello según su gusto. 

            «Una vez que Él me ha hecho la misericordia de consagrarme por sí mismo a su amor y a su gloria. no me cuido más de qué manera me trata; con tal que Él esté contento, esto me basta; sea que me levante o que me abata, que me consuele o que me aflija, todo me deja igualmente contenta en su contentamiento...; mi corazón, después de haberse enteramente abandonado al de mi soberano Dueño, le deja el cuidado de perfeccionarse a su modo, sin desear en esto más de lo que El me quiera dar». 

            La misma idea se repite sin falta, de una manera o de otra, en todas las fórmulas de consagración, así de la Santa como del P. de La Colombière, Croiset, Froment, Hoyos y María del Divino Corazón, etc.  

ENTREGA DEL ALMA 

            Es lo principal del hombre, lo primero que en manos del Corazón de Jesús se ha de poner, y lo primero que aparece de ordinario en todos los documentos. El alma y todo lo que a ella toca, es decir, sus facultades: memoria, entendimiento, voluntad y libertad. 

La libertad 

            Ésta parece fue lo que ya desde el principio pidió el Señor le consagrara Santa Margarita, aun antes de las manifestaciones de su Corazón Divino.

            «Él me pidió, después de la sagrada Comunión, que le reiterase el sacrificio que yo le había hecho ya de mi libertad y de todo mi ser; cosa que hice de todo corazón». 

            Como Nuestro Señor es tan respetuoso con la libertad humana, y, por otra parte, en la Santa quería obrar de modo muy eficaz, puede ser que, a fin de tener las manos libres - por hablar a nuestro modo - pidiese de antemano la voluntaria y libre entrega de la propia libertad. 

            Así parece desprenderse de las palabras con que la Sierva de Dios da cuenta de la primera donación de la libertad que el Divino Corazón le demandó.

            «Habiéndome, pues, determinado por la vida religiosa, este divino Esposo de mi alma, temiendo todavía no me escapase de sus manos, preguntóme si consentía en que Él se apoderase y se constituyese el dueño de mi libertad, porque yo era débil. No opuse ninguna dificultad al consentimiento que me pedía, y desde entonces se apoderó tan fuertemente de mí libertad, que no he gozado más de ella en todo el resto de mí vida». 

Esta última idea aparece con frecuencia 

            Así, escribiendo al P. Croiset, pide le diga con franqueza su opinión sobre las apariciones del Corazón de Jesús, pero añade: 

            «Si bien puedo asegurar a V. que, aunque me diese a conocer que todo esto que fe he dicho no es sino ilusión y engaño, quedaría, no obstante, en paz respecto de ello, pues me parece que este soberano Dueño se ha constituido señor absoluto de mi espíritu y de mi corazón, sin que esté en mi poder hacer de ellos otro uso, ni excitar movimiento alguno, sino como a Elle place; porque de tal manera se ha apoderado de todas las potencias de mi alma, que le siento obrar en mí, tan independientemente de mi misma, que no puedo hacer otra cosa que adherirme y someterme a lo que El hace; así que, si estoy engañada, puedo decir a V. que lo estoy de verdad, pues no me he apartado de este engaño. Cualquier esfuerzo y resistencia que haya hecho a este espíritu, siempre ha quedado él victorioso del mío». 

            «Me hará V. el favor - dice en otra carta - de indicarme netamente su pensamiento, por razón del gran temor que siempre tengo de estar engañada, sin que me pueda desengañar por más esfuerzos que haga, a causa de que este espíritu que me conduce ha tomado tan absoluto imperio sobre todo mi ser espiritual y corporal, que me parece que vive y obra en mí más que yo misma, y por más resistencia que le haga, no puedo estorbar sus operaciones». 

            «Confieso a V. - añade en la 133 - que este Soberano de mi alma ha tomado tal imperio sobre mí que, si es el espíritu del demonio, iré, en verdad, a parar hasta lo más profundo del infierno». 

¿Por qué a todos la libertad? 

            Todo esto hace ver el dominio extraordinario que sobre la voluntad de la Santa ejercía el Corazón de Jesús. Esta misma consagración de la libertad pide a todos sus amigos, y quién sabe si lo hará con intento parecido; pues como por este medio pretende llevar rápidamente las almas a la perfección, y para ello será, a veces, necesario intervención algo fuerte sobre nuestra torpe y rebelde voluntad, no parece inverosímil pensar que pida con este intento la libre entrega de ella. Y nótese de paso por vía de coincidencia curiosa, que San Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios, hablando al principio de las cosas que deben tener en cuenta el que da los Ejercicios y el que los recibe, dice en la anotación 5ª:

            «La quinta: al que recibe los Ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su Divina Majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad». 

            Quiere el Santo se empiecen los Ejercicios con una especie de consagración de sí, y en ella lo primero que se debe ofrecer es la libertad. También al terminar los Ejercicios, en el primer punto de la Meditación para alcanzar amor, pide que se haga otra especie de consagración más completa que la precedente, y que es bien conocida: 

            «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer: Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia que esto me basta. 

            Es una hermosa consagración; se ha de hacer de veras, según el Santo: «afectándose mucho». Véase, pues, que San Ignacio parece que comienza y cierra los Ejercicios con sendas consagraciones; y en ellas lo primero que aparece es la libertad. Al consagrar, pues, al Corazón de Jesús nuestra alma, hay que consagrarle la libertad, lo propio que la memoria, el entendimiento y la voluntad, como dicen casi todas las fórmulas y documentos; pero no es éste el punto principal en lo que atañe al espíritu; hay otro más importante. 

Gracia y Gloria 

            Cuanto una cosa sea para nosotros más cara y mayor solicitud pueda causarnos, con tanto mayor empeño la pide el Divino Corazón. Esto cabalmente ocurre con la salvación eterna de nuestra alma en el cielo y su santificación en la tierra. Es el asunto de mayor trascendencia que tenemos, y el que por consiguiente, mayor importancia tiene en esta primera parte de la consagración que venimos explicando. Debemos remitir a los cuidados amorosos del Corazón de Jesús, con toda la confianza segura de un pequeñuelo en los brazos de su madre, nuestra salvación eterna, nuestro grado de gloria en el cielo y de virtud en la tierra, nuestros progresos, nuestras flaquezas y miserias, en una palabra: toda esta máquina complicadísima de nuestro interior, para que Él sea en adelante el principal Director, el que haga y deshaga, quite y ponga según fuere de su agrado. Y aunque se ha de trabajar con toda la diligencia posible por adelantar en la vía del espíritu, según diremos más largamente después, el resultado debemos abandonarlo con entera confianza al Sagrado Corazón, no queriendo más de lo que El quisiere darnos, ya que nuestro bien individual ha de ser asunto suyo. Más adelante hemos de completar esta idea. 

En las fórmulas 

            En este pensamiento abundan los escritos de los grandes amigos del Corazón de Jesús. Léase la llamada «Consagración breve» de Santa Margarita, y se verá cómo casi toda ella se ocupa en abandonar al cuidado del Divino Corazón la vida espiritual: 

            «Os tomo, pues, ¡oh Sagrado Corazón...!, por mi seguro de salvación, el remedio de mi fragilidad, el reparador de todos los defectos de mi vida... Sed, pues, ¡oh Corazón bondadoso!, mi justificación para con Dios... ¡Oh Corazón de amor!, yo pongo toda mi confianza en Vos, porque todo lo temo de mi malicia, mas lodo lo espero de vuestra bondad. Consumid en mi todo cuanto os pueda desagradar o hacer resistencia». 

            Igual espíritu anima la consagración del B. La Colombière: 

            «Siento en mí gran voluntad de daros gusto (¡Oh Sagrado Corazón de Jesús!) y gran impotencia de conseguirlo sin mucha luz, y sin un socorro muy particular, que no puedo esperar más que de Vos. Señor, haced en mí vuestra voluntad; veo que me opongo a ella, pero bien quisiera, como creo, no oponerme más. Vos lo haréis todo, Divino Corazón de Jesucristo; Vos solo tendréis toda la gloria de mi santificación, si me hago santo; lo veo más claro que la luz del día; será para Vos una gran gloria; por esto solamente quiero desear y deseo aun mi propia perfección». 

            Esta idea parece la tenía muy grabada el B. La Colombière, pues al partir para Inglaterra la dejó como resumen de sus enseñanzas a Santa Margarita: 

            «Debe V. acordarse - escribe - que Dios exige de V. todo y no exige nada. Exige todo, porque quiere reinar sobre V., como en un terreno (dans un fond) que es de El en todas maneras; de suerte que El disponga de todo, que nada le resista, que todo se pliegue, ,todo obedezca a la menor señal de su voluntad. El no exige nada de V., porque quiere hacerlo todo en V., sin que V. se entremeta para nada en ello, contentándose de ser la materia sobre la cual y en la cual, opere El, a fin de que toda la gloria sea suya, y El solo sea conocido, alabado y amado eternamente». 

En Santa Margarita 

            De ello están llenas sus cartas: «Él quiere poseer todo sin reserva y hacer todo en nosotros sin resistencia de nuestra parte. Entreguémonos, pues, a su poder, con fiémonos a El, dejémosle hacer y veremos cómo emplea infaliblemente todos los obreros necesarios para nuestra perfección, de tal manera que la tarea estará pronto acabada, si nosotros no le ponemos obstáculos. Porque frecuentemente por querer hacer demasiado echamos todo a perder, y le obligamos a que nos deje hacer y a retirar - se disgustado de nosotros». 

            «Dejémosle hacer - escribe a una religiosa - en nosotros, de nosotros y por nosotros según su deseo, a fin de que nos perfeccione a su modo, y nos modele a su gusto».  

            «El es muy sabio, y cuando nos abandonamos a su dirección y le dejamos hacer, nos hace andar mucho camino en poco tiempo sin que nos demos cuenta de ello, si no es por los combates que su gracia empeña continuamente contra nuestra naturaleza inmortificada». 

            Ya vimos arriba cómo, explicando a la Hª. de la Barge la consagración, le decía que el Divino Corazón reclama: 

            «Abandono total de sí misma a los cuidados de su amorosa providencia, tomándole como guía en el camino de la salvación. Además, no hará V. nada sin pedirle su socorro y su gracia, que espero le dará tanto, cuanto V. de El se fiare».  

            Y la Santa confesaba de sí misma: 

            «Mi corazón... después de haberse abandonado enteramente al de mi soberano Dueño, le deja además el cuidado de perfeccionarlo a su modo, no deseando en esto más de lo que Él me quiera dar». 

            «Una sola cosa nos es necesaria: el puro amor de Dios con el de nuestra adyección, abandonándonos a la amorosa providencia del sagrado y amable Corazón de Jesús, para dejarnos conducir y gobernar a su gusto. Él tendrá mucho cuidado de proporcionarnos cuanto es necesario para nuestra santificación, con tal que nos apliquemos a recibirlo bien según sus designios». 

En Benigna Consolata 

            De una manera tierna y delicada por extremo pedía el Corazón de Jesús a Benigna Consolata esta entrega del alma con sus faltas y miserias: 

            «Benigna, ¿dónde puedes encontrar un corazón que te ame más? ¿Dónde, Benigna, dónde? Mi Corazón es un abismo de misericordia, ¿y tú no lo conoces todavía?, ¿no has hecho ya tantas veces feliz experiencia de ello? Sí, Benigna; proporcióname el consuelo de darme tus miserias. Yo quiero hacer contigo el Trapero, esto es, el que se lleva los trapos viejos y encima paga al que se los da. Si tú me das tus miserias, Yo te pago, tú te quitas de encima un enredo (un imbroglio) a Mi me das un placer; pero es necesario vendérmelas con un acto de humildad profunda, no despechada sino sentida; y luego, Benigna mía, de estas cosas de que no sabrías qué hacer, Yo hago que resulte algo útil para las almas. Deja hacer a mi amor. Llámame como quieras: o el Trapero del amor o el de la misericordia, las dos cosas me agradan: Amor y Misericordia son como la respiración de mi dulcísimo Corazón. Yo aspiro, esto es, atraigo a Mí las miserias de mis pobres y débiles criaturas, para consumirlas en el fuego de mi divina Caridad, y después respiro, esto es, envío fuera de mi dulcísimo Corazón aquel fuego que lo devora, y que es capaz de inflamar muchos corazones. Yo tengo necesidad de consumir miserias de mis pobres y débiles criaturas, y no me canso jamás de lavar y relavar las almas, porque las lavo con mi preciosísima sangre. Tú no puedes creer, oh Benigna, el placer que experimento en hacer de Salvador, es todo mi contento, y fabrico las más bellas obras maestras precisamente de aquellas almas que he tomado de más bajo, más de entre el fango, porque tengo más materia, tengo más cosas sobre que trabajar». 

            Es difícil hallar páginas más bellas. 

            «Este Dios de amor - dice en otra parte - no busca sino miserias que consumir, imperfecciones que destruir, voluntades flacas que fortificar, buenos propósitos que robustecer... ». 

            «Todo contribuye a trabajar un alma, todo; aun sus mismas imperfecciones son en mis manos divinas como unas piedras preciosas, por razón de que las cambio en actos de humildad, que hago hacer al alma; de esta manera, si el alma se presta a mis designios de amor, las imperfecciones quedan en un instante trocadas. Si los que edifican las casas pudiesen cambiar los desperdicios y escombros en otro tanto material de construcción, ¡qué felices se considerarían! Pues bien, el alma fiel lo puede con mi ayuda; y hasta las faltas más graves y vergonzosas, lloradas, resultan piedras fundamentales del edificio de su perfección». 

Hasta aquí la sierva de Dios 

            Todo esto nos ha de mover a depositar en manos tan hábiles y diestras todo el asunto de nuestra santificación, con fe y seguridad firmísimas. 

ENTREGA DEL CUERPO 

Santa Margarita 

            Después del alma hemos también de poner en manos del Corazón de Jesús nuestro cuerpo con todo lo que a él atañe: salud, vida, etc., según lo afirman concordes los amigos del Sagrado Corazón. 

            «Yo N. N. - dice la llamada «pequeña consagración» de Santa Margarita - doy y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, mi persona y mi vida...». A una de sus novicias, exhortándola al abandono perfecto, le dice: «Abandono en lo que se refiere al cuerpo, aceptando y recibiendo indiferentemente así la enfermedad como la salud, el trabajo como el reposo...». Parece que una religiosa ursulina le había preguntado algo respecto de su muerte, y la Santa le responde: «Y cuanto al segundo articulo, que se refiere a su muerte, abandone V. eso a la Providencia del cielo, sin querer penetrar en el secreto de Dios... ». 

            «Os invito – escribía a la Hª. de la Barge - a que hagáis (al Sagrado Corazón) una entera donación de todo vuestro ser espiritual y corporal... ». «Yo os consagro mi persona y mi vida... », decía el P. Croiset en su fórmula. «Yo os consagro mi cuerpo y mi alma», escribe en la suya el Padre Froment. Lo mismo afirma la M. María del Divino Corazón: «Os consagro mi cuerpo con todos sus sentidos...». 

La idea de la salud 

            La consagración del cuerpo, salud y vida.., tiene también su importancia; porque es increíble el estrago que produce en la vida espiritual la idea de la salud, cuando llega a apoderarse del alma, una verdadera calamidad para sí y para los que la rodean. Es una idea despótica que ocupa el campo de la conciencia, y mata a cualquiera otra que quiere edificar en ese infeliz solar. Viene de una sobreexcitación morbosa del sistema nervioso, que la misma idea fija agrava de día en día. 

            Cierto, que a veces, y aun quizá frecuentemente, hay verdadera enfermedad; pero entonces la preocupación continua por la salud hace que la poca - más o menos - que uno tiene la ocupe toda en cuidarse o en pensar cómo se cuida; con esto viene rápidamente a perderla, con permisión de Dios justamente merecida, porque si tan mal emplea la poca salud que tiene, mejor es no le conceda ninguna y puesto que no hace nada, al menos lleve la cruz. 

            Y ¿qué es lo que la consagración exige? 

            Exige que tomemos los medios ordinarios y corrientes para conservar las fuerzas mientras estamos sanos, y los remedios que la razón o la obediencia demandan para recuperarlas cuando las hubiéremos perdidos porque Dios pide siempre la cooperación del hombre en lo que el hombre por sí mismo puede hacer; pero después es preciso aplicar aquí también los principios generales de la paz y el abandono que rigen toda esta primera parte, y que hemos de tratar más adelante. 

ENTREGA DE LAS OBRAS 

            Después del alma y del cuerpo hemos de ofrecer al Corazón de Jesús todas nuestras acciones virtuosas: en pos del árbol, los frutos. Todas las obras buenas y sufrimientos pasados, presentes y por venir; las que otras personas ofrecieren por nosotros durante nuestra vida, los sufragios después de nuestra muerte: todo hay que ponerlo en sus manos sacrosantas, para que disponga de ello en favor de las personas que guste y en la forma que le agrade, como señor absoluto. 

El testamento 

            Esta consagración fue una de las primeras cosas que el Corazón Divino pidió a Santa Margarita. Es un pasaje instructivo. 

            «Una vez mi Soberano Sacrificador me pidió que hiciese a su favor, por escrito, un testamento o donación entera y sin reserva, según ya se la había hecho de palabra, de todo cuanto pudiese hacer y sufrir, y de todas las oraciones y bienes espirituales que se hicieran por mi; así durante mi vida, como después de mí muerte, y me ordenó pidiese a mi Superiora, si quería servir de notario en este acto; que El se encargaba de pagarle bien (sólidamente), y que, si ella rehusaba, me dirigiese a su siervo el R.P. La Colombière. Mi Superiora, sin embargo, quiso hacerlo, y habiéndolo presentado a este Único Amor de mi alma, mostró gran gusto por ello, y me dijo que esto era porque quería disponer de estas cosas según sus designios, y en favor de quien le agradare; pero que, como su amor me había despojado de todo, Él quería que yo no tuviese otras riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo una donación en aquel instante, haciéndomela escribir con mi sangre, según Él me la dictaba, y después la rubriqué sobre mi corazón con un cortaplumas, escribiendo allí el sagrado nombre de Jesús. A continuación me dijo que El tendría cuidado de recompensar centuplicada - mente todo el bien que se me hiciere, como si fuera hecho a El mismo, puesto que yo no tenía ya sobre ello ningún derecho; y que como recompensa a la que había redactado el testamento en su favor (la Madre Greyfié), El quería darle el mismo premio que a Santa Clara de Montefalco, y para esto uniría a las acciones de aquélla los méritos infinitos de las suyas, y, por medio del amor a su Sagrado Corazón, le haría merecer la misma corona». 

            Lo primero que de este lugar se deduce es que el Corazón de Jesús exige la donación: «de todo cuanto pudiese hacer y sufrir», dice la Santa; y no solamente lo personal de cada uno, sino: «de todas las oraciones y bienes espirituales - añade - que se hicieren por mí, así durante mi vida, como después de mi muerte».Y esto lo pidió con mucho empeño, según aparece por la forma solemne con que mandó que se hiciese, por las grandes recompensas con que prometió premiarlo, por el agrado singular que mostró después, etc. Además, es cosa notable el premio singular a la M. Superiora por su papel de notario en aquel acto, y que dice mucho en favor de la devoción al Sagrado Corazón en general, y en particular de esta parte de la consagración. 

            También es preciso reparar en las palabras que añadió el Corazón de Jesús: 

            «Que, puesto que su amor me habla despojado de todo, El quería que yo no tuviese otras riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo en el acto una donación, y me ordenó escribirla con mi propia sangre, según El me la dictaba». 

            Las Contemporáneas en la vida de Santa Margarita insertan el texto de esta donación, y dice así: 

            «Yo te constituyo heredera de mi Corazón y de todos sus tesoros por tiempo y eternidad, permitiéndote usar de ellos según tu deseo; y te prometo que no te faltará mi socorro, sino cuando a mi Corazón falte el poder. Tú serás para siempre su discípula amada, el juguete de su voluntad y el holocausto de sus deseos; y Él solo será el objeto de todos tus deseos, el que reparará y suplirá tus defectos y cumplirá tus obligaciones».

            No es fácil averiguar a punto fijo en qué forma realizaría Nuestro Señor aquello de: «te constituyo heredera de mi Corazón y de todos sus tesoros..., permitiéndote usar de ellos según tu deseo», pero realícelo en la forma que lo realizare, se ve que aquí ha de ir envuelta alguna concesión grande. 

En otros pasajes 

            Son muchos aquéllos en que Santa Margarita hace alusión a este episodio y que prueban lo en serio que lo tomaba. Así, hablando al Padre Croiset de aquella unión de obras buenas, que el Corazón Divino deseaba existiese entre sus amigos, dice: «Sin embargo, vea V. si acepta esta manera de unión en la forma susodicha; y si quiere V. que permanezca, es necesario que haga V. la misma donación al Sagrado Corazón de Jesús el día que V. le ofreciere el primer Santo Sacrificio en su Misterio de amor, consagrándose y dándose todo a este Divino Corazón de amor, para amarle, glorificarle y procurarle todo el amor y la gloria de que por sí mismo le haga El capaz, sea de palabra o por escrito, a fin de que por estos medios constituya a V. igualmente participe de sus tesoros infinitos, mediante los cuales espero que le hará exclamar eternamente: Misericordias Domini in aeternum cantabo». 

            La Santa, pues, exigía al P. Croiset la misma donación que ella había hecho, a fin de que, mediante ella y lo demás que pertenece a la consagración, el Corazón de Jesús le hiciese «igualmente partícipe de todos sus tesoros infinitos». 

            La M. de Soudeilles había mostrado deseos de entrar asimismo «en particular sociedad de bienes» con la Santa, y ésta le contesta: 

            «Puedo asegurar a V. que no hago cosa buena, pero Dios es tan bondadoso que permite me apropie el tesoro de los verdaderos pobres, que es el Sagrado Corazón de Jesús; cuya celestial abundancia puede satisfacer sin escasez nuestra necesitada indigencia. Con este precioso bien es con lo que debemos hacer nuestra asociación, poniendo en este Sagrado Corazón todo el bien que podamos efectuar con su gracia, para cambiarle con los suyos, que hemos de ofrecer al Eterno Padre en lugar de los nuestros». 

            En primer lugar, pues, llama al Corazón de Jesús: «el tesoro de los verdaderos pobres» y que por ser ella tal, Dios permitía que se lo apropiase; ahora bien, la Santa era pobre, porque todo lo había dado al Divino Corazón; ésta es la razón que da ella ordinariamente, ésta fue la que dio el Sagrado Corazón al hacerle donación de sus tesoros: «Que, puesto que su amor me había despojado de todo, El quería que yo no tuviese otras riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo en el acto donación». El Corazón de Jesús, pues, es el tesoro de los que todo lo entregan; El da sus tesoros a quienes le dan los suyos, porque Nuestro Señor no quiere que sus criaturas le venzan en generosidad. ¡Qué cambio tan ventajoso para nosotros! ¿Qué son nuestros pobres bienes espirituales comparados con la riquísima mina de ese Corazón Divino?

El B. La Colombière 

            Esta misma donación aparece clara en la fórmula de consagración del B. La Colombière: 

            «Ofrezco a este Corazón Sagrado todo el mérito y toda la satisfacción de todas las Misas, oraciones, actos de mortificación, prácticas piadosas, actos de humildad, de obediencia y de todas las demás virtudes que practicare hasta el último momento de mi vida. No solamente todo esto será para honrar al Sagrado Corazón de Jesús y sus admirables disposiciones, sino que aun le ruego humildemente acepte la entera donación que le hago de todo, para que disponga en el modo que más le agradare y en favor de quien fuere servido. Y como tengo cedido a las benditas ánimas del Purgatorio todo cuanto haya en mis acciones capaz de satisfacer a la divina justicia, deseo que les sea distribuido según el beneplácito del Corazón de Jesús». 

            «Esto no me impedirá cumplir con las obligaciones que tengo de decir Misas y de rogar por ciertas intenciones que la obediencia me señale, ni aplicar por caridad algunas Misas a los pobres o a mis hermanos y amigos que me lo pidieren; mas, como he de valerme entonces de un bien que no me pertenece, quiero, como es justo, que la obediencia, la caridad y las demás virtudes, que con estos actos practiques sean todas del Corazón de Jesús; en El hallaré el valor para ejercitar estas virtudes, las cuales, por consiguiente, le pertenecerán sin reserva». 

            Aquí tiene el lector expuesta con exactitud la idea, y resueltas por persona tan autorizada algunas dudas que pueden sobrevenir en la práctica. 

            Suele versar la primera acerca del llamado: «Voto de ánimas», que algunas personas tienen hecho, como lo tenía el B. La Colombière. A ésta ya ha respondido él muy bien. La segunda tiene lugar en personas religiosas, que por obligación de regla han de ofrecer ciertas obras por determinados fines. En este caso la solución es sencilla: lo que manda la obediencia lo manda el Corazón de Jesús; por consiguiente, Él es quien propiamente dispone de aquellas obras, y el religioso es puramente ejecutor. 

            Cuando no hay precepto alguno, sino que solas la caridad, o amistad, etc., parecen pedirlo, puede uno proceder de dos maneras: una es la que propone el B. La Colombière, o sea, que el ofrecimiento se haga con la condición de reservarse uno la libertad de disponer de sus obras en determinados casos. La otra puede ser la de Santa Margarita: no hacer excepción alguna, y cuando se presentare uno de esos compromisos, ofrecer los sufragios que se quieran, pero condicionalmente: «Ya sabéis, Señor, que todo es vuestro, no mío; sin embargo, me parece que debo en esta ocasión disponer de vuestra hacienda en favor de tal persona; mas como Vos sois el dueño, si no os agrada la aplicación a este objeto, no lo hagáis». Y no se crea que semejante condición desvirtúa el ofrecimiento, porque ella va siempre implícita en todas las promesas de este género aun sin la consagración, por razón de que no consta de cierto que Dios aplique todos los sufragios y obras buenas por las intenciones que nosotros deseamos en todos y cada uno de los casos, aunque es de creer que lo hará de ordinario, como lo hará asimismo de ordinario en el caso de la consagración al Sagrado Corazón, ya que ha prometido con frecuencia tener un particular cuidado de las cosas, intenciones, deberes, etc., de las almas consagradas. 

            En sacerdotes seculares puede ocurrir alguna duda sobre la aplicación de las Misas. Cuando se ha recibido estipendio por alguna, se cae de su peso que es obligación de justicia ofrecerla por la intención del donante. Pero en manos del sacerdote estará determinar de antemano, si todas las Misas del año las ha de ofrecer por otros, o si ha de reservar algunas que sean íntegras para el Corazón de Jesús. Las necesidades personales y las de su parroquia le dirán qué ha de hacer en cada caso. Además, aun Misas que se ofrecen por intención obligada pueden ser, si se quiere, para el Corazón Divino, empleando el estipendio en contribuir de algún modo a su reinado. Más todavía; muchas de las Misas se encargan por el descanso de un alma; ahora bien, como quiera que de las partes impetratoria y satisfactoria del divino Sacrificio solo esta última es aplicable a los difuntos, la otra puede quedar a disposición del Corazón de Jesús. Viceversa, si la Misa se ofreciere por los vivos, puede quedar libre para el Corazón de Jesús la parte de los difuntos. Porque en todos los casos la segunda intención queda, de ordinario, a merced del sacerdote, cosa que no debe despreciarse, pues a veces vale tanto como la intención primera, v.gr.: cuando ésta no tiene objeto, como acontece en el caso de una Misa ofrecida por el alivio de un alma que ya está en el cielo o que se haya condenado. 

            Esta donación de las obras buenas al Corazón de Jesús no es incompatible con la Esclavitud mariana, porque el ofrecer a la Virgen nuestras obras lleva siempre implícita la intención de que sea para que esta buena Madre disponga de ellas según fuere mayor gusto de su Hijo; ni jamás esta divina Señora, la más santa de todas las criaturas, procede de otra manera. Todo va a parar a Dios en ambas consagraciones, como así debe ser y así es, porque Dios es el fin último; pero en la Esclavitud mariana se ofrece por mediación de María, cosa muy buena y que todos los que se consagran al Corazón de Jesús deberían hacer en alguna forma. Pero, como algunas personas se intranquilizan con estas cavilaciones, dando y tomando sobre si se disgustará la Virgen o el Corazón de Jesús, lo mejor es que hagan su consagración completa al Divino Corazón, continúen con la Esclavitud mariana, y dejen por lo demás que el Hijo divino y su Madre benditísima se convengan entre sí como les parezca bien. 

Otros testimonios 

            Del mismo modo que en la fórmula de consagración del B. La Colombière esta donación de las obras aparece también en la del P. Croiset: 

            «Yo os consagro mi persona y mi vida, mis acciones, mis trabajos y sufrimientos, etc.». 

            Lo propio se ve en la de la M. María del Divino Corazón. «Os consagro todos mis pensamientos, palabras, obras y sufrimientos, etc.». 

            En fin, es precioso el testimonio de Benigna Consolata: 

            «Ahora, óyeme -díjole un día Jesús -: quiero pedirte en cambio del amor infinito que te tengo un testimonio particular de afecto. Quiero que te ofrezcas de un modo especial a mi Corazón Divino por la salvación de los pobres pecadores; unirás la obra a la oración, y así obtendrás más fácilmente lo que con ardor deseas y que de la misma manera deseo yo: la conversión de los pobres pecadores. Se trata de hacerme un generoso sacrificio, a saber: ofrecerme aquella parte de méritos, que todavía te sobran de la donación que me has hecho a favor de las almas del Purgatorio, mediante el acto heroico de caridad. Quiero tomártelo todo; de lo tuyo no te quedará ya nada: ni de lo que hagas, ni de lo que sufras; todo lo debes dejar a mi disposición, a fin de que Yo lo distribuya, como crea mejor y más oportuno, a favor de aquellas almas cuya conversión anhelas. Oferta tan generosa te merecerá las más escogidas bendiciones de Dios, y te hará participe de la alegría de la corredención; porque así sacrificas todo lo que haces, todo lo que puedes y todo lo que eres a favor de estas pobres almas, las cuales, gracias a ti, obtendrán de mi Corazón amante, misericordia y perdón. Pero se requiere generosidad absoluta, generosidad en no limitar los sacrificios, aun los más costosos; quiero que tengas un santo escrúpulo en dejar alguno sin ofrecérmelo; cuanta mayor repugnancia sientas, más gracias especiales merecerás. Que te sea esta promesa estimulo saludable, para que de ahora en adelante no tengas más dudas o vacilaciones ante la prueba; con un corazón generoso acéptala, sopórtala, y por premio obtendrás aquello que de Mí esperas y anhelas». 

¿Por qué ofrecer las obras? 

            Y ¿para qué desea el Corazón de Jesús que le entreguemos nuestros míseros haberes? Santa Margarita refiere al P. Croiset esta escena del testamento, y dice: 

            «Que Él recibía un singular placer en disponer de las oraciones y sacrificios de la santa Misa que se ofreciesen a mi intención, que no es otra que la suya, y me dio a entender que suscitaría muchas de estas almas que rogasen por mí, a fin de que yo tuviese medios de formarme un tesoro; pues aunque eran bienes suyos, El quería tener el placer de distribuirlos a su gusto, como si se tratase de un don que hubiese recibido. Y vea V. por qué aquellos que me hacen algún bien espiritual, no solamente participan de las riquezas inmensas de su Corazón, sino que además le procuran gran placer». 

            De manera que el intento del Sagrado Corazón de Jesús es tener un tesoro, formado de los bienes de sus amigos, del cual pueda disponer según le agrade. Pero si Él es infinito ¿para qué reunir un tesoro semejante? Porque no quiere redimir el mundo, ni establecer su reinado por Sí solo, sino ayudado de los hombres; en primer lugar, a causa de que éstos son miembros suyos, y la obra debe ser no de la cabeza sola, sino del Cristo completo; y en segundo lugar, con objeto de honrarnos, elevándonos a la dignidad excelsa de corredentores con El. Por eso, al modo como ha querido que los hombres completasen su apostolado y su sagrada pasión, desea también que completen el tesoro de sus méritos divinos. Esta cooperación de los hombres es de mucha trascendencia; porque la parte de Cristo ya se puso, para reinar, pues, sólo le falta la nuestra; por eso no es de extrañar que tanto deseo muestre por aumentar el tesoro de las cooperaciones humanas. ¡Cuánto ha de movernos esta causa a acrecentar sin descanso ese tesoro divino! Ya vimos cómo indicaba esta razón a Benigna Consolata. 

            Otra muy propia de la generosidad del Sagrado Corazón apunta Santa Margarita. Después de exhortar a la Hª. de la Barge a hacer la donación indicada, añade: 

            «Porque Él exige ordinariamente esto de sus más queridos amigos, de cuyo número creo a V., a fin de que, habiéndole dado todo sin reserva, Él pueda enriquecerlos de sus preciosos tesoros». 

            Parece que, deseando el Divino Corazón dar sus tesoros a los hombres, y siendo, quizá, ley suya entregarlos solamente a quien le entregue sus bienes, mediante la consagración entera, tiene un empeño especial en que las almas le hagan semejante donación, para de este modo poder El con toda legalidad - por expresarnos así - constituirlos herederos de sus bienes. 

ENTREGA DE LO EXTERNO 

            A saber: familia, ocupaciones, oficio, negocios, bienes de fortuna, etc. Las fórmulas de consagración y los escritos de los amigos del Corazón de Jesús no insisten en este punto tanto como en los pasados, porque ante los ojos de aquellas almas de Dios estas cosas terrenales significaban muy poco, y así no les parecía que merecía la pena de que en ellas se insistiese, estando ya incluidas en la donación de todo, que tantas veces repiten; pero como por desgracia no estamos nosotros tan despegados como ellos de todo lo de acá abajo, y con frecuencia estas cosas nos preocupan y distraen, impidiendo que nuestros anhelos, amores y pensamientos estén fijamente en Dios, es preciso declararlas en nuestra consagración; y cuanto más nos costare dejar la preocupación y apego excesivo de algo, más determinadamente debemos consagrarlo. 

Santa Margarita 

            Explicando la Santa a la M. de Soudeilles la consagración, le dice que no debe:

            «Emprender nada jamás sin pedir antes consejo y socorro (al Corazón de Jesús), dándole la gloria de todo, y tributándole acciones de gracias, así en el malo como en el buen suceso de nuestras empresas, quedando siempre contentos y sin inquietarnos por nada; pues con tal que este Divino Corazón sea contento, amado y glorificado esto nos debe bastar». 

            Aquí se ve, por una parte, la diligencia que se debe poner en nuestros asuntos, pues quien pide luz y socorro al cielo en ellos, señal es de que quiere hacerlos bien; y por otra parte la resignación, la paz, la conformidad acerca del resultado. 

            Acababa de ser elegida Superiora de Moulins la misma M. Soudeilles y pidiendo a la Santa consejos para acertar en su cargo, ésta le responde: 

            «Cuando Él eleva a semejante dignidad, quiere un entero despojo de todo propio interés, dejándole el cuidado de nosotros mismos, para no pensar sino en hacer bien su obra, ni mirar en todo otra cosa que su mayor gloria, ni amar sino por el amor del Sagrado Corazón de Jesucristo, ni obrar sino por su espíritu, dejándole vivir, reinar y hacer a Él mismo cuanto nos fuere posible, pues me parece que nada hay tan temible y difícil como el dar cuenta de otros... Es verdad, mi querida Madre, que su obligación es grande ahora, y que su peso no puede ser suavizado sino por Aquél que ha prometido hacer su carga ligera; pero esto se entiende cuando El nos la impone por su elección; entonces sostiene por Sí mismo el peso de ella, haciéndose nuestra fuerza y nuestro sostén, y aun, como un padre bondadoso (débonnaire), excusa frecuentemente nuestra fragilidad; y así nosotros no debemos temer nada entre sus sagrados brazos, con tal que, desconfiando de nosotros mismos todo lo esperemos de Él. Cuanto viene de la criatura es de temer, y no conviene que de ello nos fiemos. Me agrada que nuestro Divino Maestro haga ver a V. estas circunstancias que agravan el peso de la carga, porque desea que le sirvan de ocasión para recurrir con más frecuencia a su bondad, la cual hará que todas esas cosas se tornen para gloria suya y bien de V., si secunda sus designios, como creo que lo hace». 

            Como se ve por los textos aducidos, en todos estos asuntos, lo propio que en los demás, hemos de poner toda nuestra diligencia como si el éxito dependiera de nosotros solamente, mas después el resultado abandonarlo con paz, fe y conformidad al cuidado del Corazón de Jesús.


 

Consagración personal

 

Por P. Florentino Alcañiz S.I.

 

I LA IMPORTANCIA DE LA CONSAGRACIÓN

 

TRES CLASES DE ALMAS

 

Descansa un poquito, alma cristiana, del tráfago de la vida y escucha las amorosas palabras del Corazón de Jesús, de ese Dios de amor y misericordia que tanto anhela tu bien.

Dime, hijo mío, ¿eres feliz? ¿Estás contento? ¿Tu corazón tiene paz? ¿Goza de aquella tranquilidad en lo hondo parecida a la quietud de la arena que descansa en el fondo de los mares muy profundos?

Tal vez eres de esas almas desgraciadas que lloran por encontrarse caídas a cada paso en la culpa, pero que a manera de palomas que tuviesen las alas apelmazadas de cieno, parece que no pueden acabar de levantarse. Tal vez eres de esas otras que caminan arrastrando por la senda pendiente y estrecha de la virtud con la fría languidez de esa tisis del espíritu que se llama tibieza. Tal vez, en fin, seas de aquellas, ni pecadoras ni tibias, pero en cuya mirada triste se ve retratado el desaliento: almas que, o bien a la manera de águilas, con los vuelos recortados, se pasan toda la vida en lanzarse a los espacios y caer mil veces en tierra desalentadas, o bien, al modo de caminantes que marchasen por un arenal inmenso, se desaniman y hastían de andar y andar tantos años y tan poco adelantar. ¡Cuánta compasión me causan todas estas pobrecitas almas! ¡Y son tantas!  

 

UN GRAN REMEDIO

 

Sin embargo, oye las consoladoras ideas que he comunicado Yo a mis confidentes íntimos para que fuesen como acueductos de plata o como cables eléctricos, por medio de los cuales se trasmitiesen al mundo las luces y los ardores de mi Corazón amante.

"Los tesoros de bendiciones y de gracias que este Sagrado Corazón encierra son infinitos; yo no sé que haya ningún ejercicio de devoción en la vida espiritual, que sea más a propósito para levantar un alma en poco tiempo a la perfección más alta y para hacerla gustar de las verdaderas dulzuras que se encuentran en el servicio de Jesucristo".

"Yo no sé, mi querida madre (Se dirige a la Madre Superiora), si comprenderá Vd. lo que es la devoción al Corazón de Ntro. Señor Jesucristo de que le hablo, la cual produce un gran fruto y cambio en todos aquellos que se consagran a ella y se entregan con fervor".

"Cuanto a las personas seglares, ellas hallarán por medio de esta amable devoción todos los socorros necesarios a su estado; esto es: la paz en sus familias, el alivio en sus trabajos, las bendiciones del cielo en todas sus empresas, el consuelo en sus miserias; y en este Sagrado Corazón encontrarán su lugar de refugio durante la vida y principalmente a la hora de la muerte. ¡Oh qué dulce es morir después de haber tenido una tierna y constante devoción al Sagrado Corazón de Jesús" "Sobre todo haga Vd. Porque la abracen las personas religiosas, porque sacarán de ella tantos auxilios, que no será necesario otro medio para restablecer el fervor primitivo y la más exacta regularidad en las comunidades menos observantes, y llevar al colmo de la perfección a las que viven en la más perfecta observancia".

Un viernes, durante la sagrada Comunión, dijo Él a su indigna esclava, si mal no recuerdo, estas palabras: "Yo te prometo, en el exceso de la misericordia de mi Corazón, que su amor todopoderoso concederá a cuantos comulgaren nueve Primeros Viernes de mes seguidos la gracia de la penitencia final, o sea que no morirán en desgracia mía, ni sin recibir los Sacramentos, y que mi Corazón se constituirá en seguro asilo de ellos en aquel postrer momento".

"Nuestro glorioso protector San Miguel acompañado de innumerable multitud de espíritus angélicos, me certificó de nuevo estar él encargado de la causa del Corazón de Jesús, como de uno de los mayores negocios de la gloria de Dios y utilidad de la Iglesia, que en toda la sucesión de los siglos se han tratado lo que ha que el mundo es mundo... Este misterio escondido a los siglos, este sacramento manifiesto nuevamente al mundo, este designio formado en la mente divina a favor de los hombres y descubierto ahora a la Iglesia, es uno de los que, por decirlo así, se llevan las atenciones de un Dios cuidadoso de nuestro bien y de la gloria del Salvador".

 "Parecióme ver (interiormente) que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable derramaba sus rayos sobre la tierra, primero en un espacio reducido, y que luego se extendían hasta iluminar el mundo entero. Y me dijo: con el resplandor de esa luz, los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor recaldeados".

Dime ahora, con toda sinceridad, hijo mío, si después de leer estas ideas ¿no comienzas casi casi a persuadirte de que la devoción al Corazón de Jesús es algo grande en el mundo? Sí, hijo mío; si lo dudas, estudia con detención este asunto y te convencerás por ti mismo; esta convicción personal desearía Yo en todos mis fieles, sobre todo en mis sacerdotes y en mis religiosos; no creer porque se ha oído, sino conocer porque se ha visto, de esta manera se forman los convencidos, que son los que hacen algo en la tierra. ¡Oh, si lograse que tú fueses uno de esos convencidos de mi Corazón divino!  

 

DOS CLASES DE DEVOCIÓN

 

Yacen Mis alhajas más preciosas allá en el fondo del cofre, porque todavía quedan muchos que no han caído enteramente en la cuenta. Esta devoción divina es un grueso filón de oro que atraviesa todo el campo de la Iglesia; generalmente se explotan las capas más exteriores que se hallan a flor de tierra, y por eso todo el mundo las descubre, y con muy poco trabajo puede aprovecharse de ellas; ¿quién no conoce, p. ej., la Comunión de los Primeros Viernes de mes y la Consagración de las familias? ¿Quién no asiste de cuando en cuando a alguna fiesta en mi honor? ¿Quién no tiene su nombre escrito en la lista de alguna Congregación y cumple con una u otra de sus prácticas más fáciles? Todos estos son viajeros que, al pasar por el filón, se detienen un momento, remueven algo la arena, hallan algunas pepitas de oro y continúan su camino. Mas son pocos, hijo mío, los que se lanzan a ahondar de lleno en la mina, los que pudieran llamarse mineros de profesión.    

 

II LA CONSAGRACIÓN

 

En efecto, la Consagración es la práctica fundamental de la devoción a mi Corazón divino. Pero ¡cuánta rutina se observa ya en este punto! Cuántas personas piadosas están haciendo cada día consagraciones que hallan en los libros píos, y, sin embargo, no son almas consagradas de verdad; más bien que hacer consagraciones las rezan, son rezadoras de consagraciones. Oye, hijo mío, en qué consiste la Consagración completa según Yo mismo enseñé a mis amigos más íntimos, según ellos lo explicaron en sus diversos escritos, y según lo dejaron confirmado con su ejemplo.

 

UN PACTO

 

La Consagración puede reducirse a un pacto: a aquel que Yo pedí a mi primer apóstol de España, Bernardo de Hoyos, y antes, en términos equivalentes, a mi sierva Santa Margarita: Cuida tú de mi honra y de mis cosas; que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas. También contigo desearía hacer este pacto. Yo, que como señor absoluto podría acercarme exigiendo sin ningunas condiciones, quiero pactar con mis criaturas. Y tú ¿no quieres pactar conmigo? No tengas miedo que hayas de salir perdiendo. Yo en los tratos con mis criaturas, soy tan condescendiente y benigno, que cualquiera pensaría que me engañan. Además, es un convenio que no te obligará de suyo ni bajo pecado mortal, ni bajo pecado venial; Yo no quiero compromisos que te ahoguen; quiero amor, generosidad, paz: no zozobras ni apreturas de conciencia.

Ya ves que el pacto tiene dos partes: una que me obliga a Mí, y otra que te obliga a ti. A Mí, cuidar de ti y de tus intereses; a ti, cuidar de Mí y de los míos, ¿Verdad que es un convenio muy dulce?

 

PRIMERA PARTE DE LA CONSAGRACIÓN  

 

Principiaremos por la parte mía: Yo cuidaré de ti y de tus cosas. Para eso es necesario que todas, es a saber: alma, cuerpo, vida, salud, familia, asuntos, en una palabra: todo, lo remitas plenamente a la disposición de mi suave providencia y que me dejes hacer. Yo quiero arreglarlas a mi gusto y tener las manos libres. Por eso deseo que me des todas las llaves; que me concedas licencia para entrar y salir cuando Yo quiera; que no andes vigilándome para ver y examinar lo que hago; que no me pidas cuenta de ningún paso que dé, aunque no veas la razón y aun parezca a primera vista que va a ceder en tu daño; pues, aunque tengas muchas veces que ir a ciegas, te consolará el saber que te hallas en buenas manos. Y cuando ofreces tus cosas, no ha de ser con el fin precisamente de que Yo te las arregle a tu gusto, porque eso ya es ponerme condiciones y proceder con miras interesadas sino para que las arregle según me parezca a Mí; para que proceda en todo como dueño y como rey, con entera libertad aunque prevea alguna vez que mi determinación te haya de ser dolorosa. Tú no ves sino el presente, Yo veo lo porvenir; tú miras con microscopio, Yo miro con telescopio de inconmensurable alcance; y soluciones, que de momento parecerían felicísimas, son a veces desastrosas para lo que ha de llegar; fuera de que en ocasiones, para probar tu fe y confianza en Mí y hacerte merecer gloria, permitiré de momento, con intención deliberada, el trastorno de tus planes.

Mas con esto no quiero que te abandones a una especie de fatalismo quietista y descuides tus asuntos interiores. Debes seguir como ley aquel consejo que os dejé en el Evangelio: "Cuando hubiereis hecho cuanto se os había mandado, decid: siervos inútiles somos". Debes en cualquier asunto tomar todas las diligencias que puedas, como si el éxito dependiera de ti sólo, y después decirme con humilde confianza: "Corazón de Jesús, hice, según mi flaqueza, cuanto buenamente pude; lo demás ya es cosa tuya, el resultado lo dejo a tu providencia". Y después de dicho esto procura desechar toda inquietud y quedarte con el reposo de un lago en una tranquila tarde de otoño.  

 

LO QUE SE DEBE OFRECER  

 

Como dije, debes ofrecerme todo sin excluir absolutamente nada, pues sólo me excluyen algo las personas que se fían poco de Mí.

 

EL ALMA - Ponla en mis manos: tu salvación eterna, grado de gloria en el cielo, progreso en virtud, defectos, pasiones, miserias, todo. Hay algunas personas que siempre andan henchidas de temores, angustias, desalientos por las cosas del espíritu. Si esto es, hijo mío, porque pecas gravemente, está muy justificado. Es un estado tristísimo el del pecado mortal, que a todo trance debes abandonar en seguida, ya que te hace enemigo formal mío. Esfuérzate, acude a Mí con instancia, que Yo te ayudaré mucho, y sobre todo confiésate con frecuencia, cada semana, si puedes, que este es un excelente remedio. Caídas graves no es obstáculo para consagrarte a Mí, con tal que haya sincero deseo de enmienda, la Consagración será un magnífico medio para salir de este estado.

Hay otra clase de personas que no pecan mortalmente, y sin embargo, siempre están interiormente de luto, porque creen que no progresan en la vida espiritual. Esto no me satisface. Debes también aquí hacer cuanto buenamente puedas según la flaqueza humana, y lo demás abandonarlo a Mí. El Cielo es un jardín completísimo, y así debe contener toda variedad de plantas; no todo ha de ser cipreses, azucenas y claveles; también ha de haber tomillos; ofrécete a ocupar ese lugar. Todas esas amarguras en personas que no pecan gravemente nacen de que buscan más su gloria que la mía. La virtud, la perfección tiene dos aspectos: el de ser bien tuyo, y el de ser bien mío; tu debes procurarla con empeño, mas con paz, por ser bien mío, pues lo tuyo, en cuanto tuyo, ya quedamos en que debes remitirlo a mi cuidado. Además, debes tener en cuenta que si te entregas a Mí, la obra de tu perfección más bien que tú la haré Yo.

 

EL CUERPO - También Yo quiero encargarme de tu salud y tu vida, y por eso tienes que ponerlas en mis manos. Yo sé lo que te conviene, tú no lo sabes. Toma los medios que buenamente se puedan para conservar o recuperar la salud, y lo demás remítelo a mi cuidado, desechando aprensiones, imaginaciones, miedos, persuadido de que no de medicinas ni médicos, sino principalmente de Mí vendrá la enfermedad y el remedio.

 

FAMILIA - Padres, cónyuges, hijos, hermanos, parientes. Hay personas que no hallan dificultad en ofrecérseme a sí, pero a veces se resisten a poner resueltamente en mis manos algún miembro especial de su familia a quien mucho aman. No parece sino que voy a matar incontinenti todo cuanto a mi bondad se confíe. ¡Qué concepto tan pobre tienen de Mí! A veces dicen que en sí no tienen dificultad en sufrir, pero no quisieran ver sufrir a esa persona; creen que consagrarse a Mí y comenzar a sufrir todos cuantos les rodean, son cosas inseparables. ¿De dónde habrán sacado esa idea? Lo que sí hace la Consagración sincera, es suavizar mucho las cruces que todos tenéis que llevar en este mundo.

 

BIENES DE FORTUNA - Fincas, negocios, carrera, oficio, empleo, casa, etc. Yo no exijo que las almas que me aman abandonen estas cosas, a no ser que las llame al estado religioso. Todo lo contrario; deben de cuidar de ellas ya que constituyen una parte de las obligaciones de su estado. Lo que pido es que las pongan en mis manos, que hagan lo que buenamente puedan, a fin de que tengan feliz éxito; pero el resultado me lo reserven a Mí sin angustias ni zozobras, ni medio desesperaciones.

 

BIENES ESPIRITUALES - Ya sabes que todas las acciones virtuosas que ejecutes en estado de gracia, y los sufragios que después de tu muerte se ofrezcan por tu descanso, tienen una parte a la cual puedes renunciar en favor de otras personas ya vivas o ya difuntas. Pues bien, hijo mío, desearía que de esa parte me hicieras donación plena, a fin de que Yo la distribuya entre las personas que me pareciere bien. Yo sé, mejor que tú, en quienes precisa establecer mi reinado, a quienes hace más falta, en donde surtirá mejor efecto, y así podré repartirla con más provecho que tú. Pero esta donación no es óbice para que ciertos sufragios que o la obediencia o la caridad o la piedad piden en algunas ocasiones puedas ofrecerlos tú.

Todo, pues, has de entregármelo con entera confianza, para que Yo lo administre como me parezca y, aunque no debes hacerlo con miras interesadas ya verás cómo, a pesar de que en ocasiones sueltas pondré a prueba tu confianza haciendo que salgan mal, sin embargo, en conjunto, tus asuntos han de caminar mejor; tanto mejor, cuanto tú le tomes mayor interés por los míos. Cuanto más pienses tú en Mí, más pensaré Yo en ti; cuanto más te preocupes de mi gloria, más me preocuparé de la tuya; cuanto más trabajes por mis asuntos, más trabajaré por los tuyos. Tienes que procurar, hijo mío, ser más desinteresado. Hay algunas personas que sólo piensan en sí; su mundo espiritual es un sistema planetario, en el cual ellos ocupan el centro, y todo lo demás, incluso mis intereses, al menos prácticamente son especies de planetas que giran en derredor; este egocentrismo interior es mal sistema astronómico.  

 

SEGUNDA PARTE DE LA CONSAGRACIÓN  

 

Hijo mío, hemos llegado con esto a la segunda parte de la Consagración: cuida tú de mi honra y de mis cosas. Ésta es la parte para ti más importante, porque en rigor es la propiamente tuya. La anterior era la mía: si en ella te pedía aquella entrega de todo era con el fin de tener las manos libres para cumplir la parte del convenio que me toca; mas la tuya, en la que debes poner toda la decisión de tu alma, la que ha de formar el termómetro que marque los grados de tu amor para conmigo, es la presente: el cuidar de mis santos intereses.

¿Sabes cuales son mis intereses? Yo, hijo mío, no tengo otros que las almas: éstas son mis intereses y mis joyas y mi amor; quiero, como decía a mi sierva Margarita, establecer el imperio de mi amor en todos los corazones. No ha llegado todavía mi reinado; hay cierta extensión externa en las naciones católicas, pero este reinado hondo, por el cual el amor para conmigo sea quien no de nombre, sino de hecho mande, gobierne e impere establemente en el alma, ese reinado ¡qué poco extendido está aún en los pueblos cristianos! Y no es que el terreno falte; son numerosas las almas preparadas para ello, y cada día serán más, lo que falta son apóstoles; dame un corazón tocado con este divino imán, y verás qué prontamente quedan imantados otros.  

 

MANERAS DE APOSTOLADO  

 

¡Qué fácil es ser mi apóstol! No hay edad, ni sexo, ni estado, ni condición que puedan decirse ineptos. ¡Son tantos los modos de trabajar! Míralos:

1º La oración: O sea pedir al cielo mi reino continuamente: pedirlo a mi Padre, pedírmelo a Mí, a mi Madre, a mis Santos. Pedirlo en la Iglesia, en casa, en la calle, en medio de tus ocupaciones diarias. "¡Que reines!, Corazón Divino"; esta ha de ser la exclamación que en todo el día no se caiga de tus labios; repítela diez, veinte, cincuenta, cien, doscientas veces por día, hasta que se haga habitual; busca mañas e industrias para acordarte.

¿Quién no puede ser apóstol? ¡Y qué buen apostolado éste de oración por instantánea! Dame una muchedumbre de almas lanzando de continuo estas saetas, y dime si no harán mella en el Cielo; son moléculas de vapor que se elevan, forman nubes y se deshacen después en lluvia fecundante sobre el mundo.

2º El sacrificio: Primero pasivo o de aceptación. ¡Cuántas molestias, disgustos, malos ratos, tristezas, sinsabores, pequeños o grandes, suelen sobreveniros a todos, como sobreviniéronme a Mí, a mi Madre y a mis Santos! Pues bien, todo eso, llevado en silencio, con paciencia y aún con alegría, si puedes; todo eso, ofrecido porque reine, ¡qué apostolado tan rico! Hijo mío, la cruz es lo que más vale, porque es lo que más cuesta. ¡Cuántas cruces se estropean tristemente entre los hombres! ¡Y son joyas tan preciosas! En segundo lugar, el sacrificio activo o de mortificación; procura habituarte al vencimiento frecuente en cosas pequeñas, práctica tan excelente en la vida espiritual. Vas por la calle y te asalta el deseo de mirar tal objeto, no lo mires; tendrías gusto en probar tal golosina, no la pruebes; te han inculpado una cosa que no has hecho, y no se sigue gran perjuicio de callarte, cállate, y así en casos parecidos, y todo porque Yo reine. Y si tu generosidad lo pide, puedes pasar a penitencias mayores. Ya ves ¡qué campo de apostolado se presenta ante tus ojos, y éste sí que es eficaz!

Ocupaciones diarias: Algunas personas dicen que no pueden trabajar por el reinado del Corazón de Jesús por estar muy ocupadas, como si los deberes de su estado, las obligaciones de su oficio y sus quehaceres diarios, hechos con cuidado y con esmero no pudieran convertirse en trabajos apostólicos. Sí, hijo mío, todo depende de la intención con que se hagan. Una misma madera puede ser trozo de leña que se arroje en una hornilla, o devotísima imagen que se ponga en un altar. Mientras te ocupas en eso procura muchas veces levantar a Mí tus ojos y como saborearte en hacerlo todo bien, para que todas tus obras sean monedas preciosísimas que caigan en el cepillo que guardo para la obra de mi reinado en el mundo. Debes también esforzarte, aunque con paz, por ser cada día más santo; porque cuanto más lo seas, tendrá mayor eficacia lo que hicieres por mi gloria.

4º La propaganda: A veces pudieras prestar tu favor a alguna empresa de mi Corazón divino; recomendar tal o cual práctica a las personas que están a tu alrededor, ganarlas si puede ser, a fin de que se entreguen a Mí como te entregaste tú. Y si tienes dificultad en hablar, una hoja o un folleto no la tienen; dalo o recomiéndolo; colócalo otras veces en un sobre y envíalo de misión a cualquier punto del globo. ¡Cuántas almas me han ganado donde menos se pensaba estos misioneros errabundos!

¡Ya ves si existen maneras de trabajar por mi reino! Si no luchas, no será por falta de armas, no hay momento en todo el día en que no puedas manejar alguna de ellas. Debes imitar al girasol o al heliotropo, que miran sin cesar al astro rey. Es muy fácil ser mi apóstol. Y ¡qué cosa tan hermosa una vida de continuo iluminada por este ideal esplendoroso! ¡Todas las obras del día selladas con sello de apostolado, y del apostolado magnífico del amor! ¡Todas las obras del día convertidas en oro de caridad! A la hora de la muerte, qué dulce será, hijo mío, echar una mirada hacia atrás y ver cinco, diez, veinte o más años de trescientos sesenta y cinco días cada uno, pasados todos los días así.  

 

LA REPARACIÓN

 

¿Quieres amarme de veras? Dos cosas hace el amor: procurar a quien se ama todo el bien de que carezca, y librarle del mal que sobre él pesare. Con el apostolado me procuras el bien, me das las almas; con la reparación me libras del mal, lavas mi divino honor de las manchas que le infieren los pecados. Sí, hijo mío, puede una injuria borrarse, dando una satisfacción. Y ¡cuántas podrías tú darle no sólo por tus pecados, sino por los infinitos que cada día se cometen! Yo no quiero agobiarte con mil prácticas; las mismas oraciones, sacrificios, acciones de cada día y propaganda entusiasta que sirven de apostolado, sirven de reparación si con esa intención se hacen, ¡Que reines, perdónanos nuestras deudas! Porque reines, y por lo que te ofendemos, han de ser jaculatorias que siempre estén en tus labios. Dos oficios principales tuve en mi vida terrestre: el de apóstol, que funda el reino de Dios, y el de sacerdote y víctima que expía los pecados de los hombres. Quiero que los mismos tengas tú. Con la devoción a mi Corazón divino pretendo hacer de cada hombre una copia exacta mía, un pequeño redentor. ¡Qué sublime y qué honroso para ti!  

 

CONCLUSIÓN

 

Ánimo, pues, ¡lánzate! Si mil personas lo han hecho y eran de carne y hueso cual tú; escoge un día de fiesta, el primero que ahora llegue; te vas preparando mientras tanto con lectura reposada de todas estas ideas; llegado el día escogido, confiesas y comulgas con fervor, y cuando dentro de tu pecho me tuvieres, es la mejor ocasión de hacer tu consagración. Para facilitarte el trabajo, y porque es muy necesario que la consagración sea completa, ya que ha de constituir todo un programa de vida, tienes abajo un esbozo con todas las ideas necesarias. Pero repito, hijo mío, que no te asustes; no te obliga nada de eso a pecado ni venial, quiero anchura de corazón, generosidad y amor; sólo pido que te resuelvas a hacer por cumplirla lo que puedas buenamente. ¡Quién no pude hacer lo que buenamente pueda!

Después no te olvides de volverla a renovar cada día en la Iglesia o en tu casa, porque el hacerla a diario es punto muy importante, si no la renuevas cada día pronto la abandonarás; si la renuevas, acabarás por cumplirla. Así lo hagas, hijo mío. Si con decisión abrazas este santo derrotero, ¡Qué brisa primaveral, qué corriente de sangre joven y vigorizante advertirás en tu alma!

 Y ahora, hijo mío, dos consejos para terminar: Uno es que procures no olvidarme en el sagrario. Me agrada el culto a mi imagen, pero más vale mi persona que mi imagen. La Eucaristía es mi Sacramento porque es el del amor. Yo quisiera que me recibieses con alguna más frecuencia, y quisiera también verte alguna vez entre día; ¡no sabes lo que agradezco estas visitas de amigo!; ¡estoy frecuentemente tan solo! El otro consejo es que procures, si es posible, sacar un ratito al día para leer y meditar cosas de mi corazón; de este modo poco a poco irás abriendo la ostra en que se guarda la perla de esta devoción divina.

 

CONSAGRACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS  

 

¡Sacratísima Reina de los cielos y Madre mía amabilísima! Yo N.N., aunque lleno de miserias y ruindades, alentado sin embargo con la invitación benigna del Corazón de Jesús, deseo consagrarme a Él; pero, conociendo bien mi indignidad e inconstancia, no quisiera ofrecer nada sino por tus maternales manos, y confiando a tus cuidados el hacerme cumplir bien todas mis resoluciones.

Corazón dulcísimo de Jesús, Rey de bondad y de amor, gustoso y agradecido acepto con toda la decisión de mi alma ese suavísimo pacto de cuidar Tú de mí y yo de Ti, aunque demasiado sabes que vas a salir perdiendo. Lo mío quiero que sea tuyo; todo lo pongo en tus manos bondadosas: mi alma, salvación eterna, libertad, progreso interior, miserias; mi cuerpo, vida y salud; todo lo poquito bueno que yo haga o por mi ofrecieren otros en vida o después de muerto, por si algo puede servirte; mi familia, haberes, negocios, ocupaciones, etc., para que, si bien deseo hacer en cada una de estas cosas cuanto en mi mano estuviere, sin embargo, seas Tú el Rey que haga y deshaga a su gusto, pues yo estaré muy conforme, aunque me cueste, con lo que disponga siempre ese Corazón amante que busca en todo mi bien.

 Quiero en cambio, Corazón amabilísimo, que la vida que me reste no sea una vida baldía; quiero hacer algo, más bien quisiera hacer mucho, porque reines en el mundo; quiero con oración larga o jaculatorias breves, con las acciones del día, con mis penas aceptadas, con mis vencimientos chicos, y en fin, con la propaganda no estar a ser posible, ni un momento sin hacer algo por Ti. Haz que todo lleve el sello de tu reinado divino y de tu reparación hasta mi postrer aliento, que ¡ojalá! sea el broche de oro, el acto de caridad que cierre toda una vida de apóstol fervorosísimo. Amén.

 

  Hay concedida indulgencia parcial a todos los fieles que devotamente reciten esta CONSAGRACIÓN PERSONAL al Sagrado Corazón de Jesús.

 

Forma resumida de pacto con el Corazón de Jesús: "Corazón de Jesús yo cuidaré de tu honra y de tus cosas y tú cuida de mí y de las mías."

 


Acto de Consagración que hizo de sí Santa Margarita María al Divino Corazón de Jesús

  Yo, N. N., me dedico y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo; le entrego mi persona y mi vida, mis acciones, penas y sufrimientos, para no querer ya servirme de ninguna parte de mi ser sino para honrarle, amarle y glorificarle. Ésta es mi irrevocable voluntad: pertenecerle a Él enteramente y hacerlo todo por amor suyo, renunciando de todo mi corazón a cuanto pueda disgustarle.

Te tomo, pues, Corazón divino, como único objeto de mi amor, por protector de mi vida, seguridad de mi salvación, remedio de mi fragilidad y mi inconstancia, reparador de todas las faltas de mi vida, y mi asilo seguro en la hora de la muerte. Sé, pues, Corazón bondadoso, mi justificación para con Dios Padre, y desvía de mí los rayos de su justa indignación. Corazón amorosísimo, en ti pongo toda mi confianza, porque, aun temiéndolo todo de mi flaqueza, todo lo espero de tu bondad. Consume, pues, en mí todo cuanto pueda disgustarte o resistirte. Imprímase tu amor tan profundamente en mi corazón, que no pueda olvidarte jamás, ni verme separado de ti. Te ruego encarecidamente, por tu bondad que mi nombre esté escrito en ti. Ya que quiero constituir toda mi dicha y toda mi gloria en vivir y morir llevando las cadenas de tu esclavitud. Así sea.

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