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Apóstoles del Sacratísimo Corazón

PortadaMaría del Divino Corazón

Breve noticia 

            María del Divino Corazón, Condesa Droste zu Vischering, fue el instrumento del cielo para que se llevase a cabo un hecho de notable trascendencia en la historia de esta devoción sagrada, cual fue la consagración del mundo, efectuada por León XIII al comenzar este siglo. 

            Nació en el castillo de Darfeld, cerca de Munster en Westfalia (Alemania), de la noble familia de los condes Droste zu Vischering, y sobrina de dos ilustres confesores de la fe en las luchas del Kulturkampt: los obispos Droste Vischering y Ketteler; de donde se ve que le corría por las venas, juntamente con la Sangre, aquel amor a la Iglesia, varonil y luchador, que tanto en ella resplandecía. 

            Recibida en la Congregación del Buen Pastor, fue enviada, a los pocos años de su vida religiosa, a gobernar la casa que la Congregación tenía en la ciudad portuguesa de Oporto. 

            Cuando pasaron por Ávila era de noche, y durante los pocos minutos que el tren se detenía en la estación, se baja para tener el gusto de pisar tierra de Santa Teresa. Llego a Oporto el 16 de Mayo de 1894. 

            Unos cuantos años después de su llegada a Portugal, comenzó a recibir del Corazón de Jesús la comisión de escribir a León XIII, para que le hiciese la Consagración del mundo. Aunque la carta impresionó al Papa no se hizo, sin embargo, cosa alguna. Nuevas apariciones del Corazón de Jesús para que su sierva escribiese otra vez al Vicario de Jesucristo, y nuevas y mayores dificultades en esta segunda carta, de las que ya hubo en la primera, hasta que Jesús le dijo terminantemente que la había de comenzar el día de la Inmaculada. 

Magnífica carta al Papa 

            «Después de la santa Comunión me dijo que hoy mismo empezase la carta para Roma, y que la sometiese a la dirección de mi Padre espiritual. Expuse a Nuestro Señor la dificultad que siento en escribir y en explicar todo; El respondió que no temiese que El mismo sería, más bien que yo, el que escribirla; que no tendría yo más que hacer, sino poner lo que El me inspirase, y que yo sentiría su ayuda, y así fue, porque escribí con la mayor facilidad y casi sin pensar». 

            Escribióla, pues, el día de la Inmaculada, pero su confesor no permitió que saliese hasta el día de Reyes, 6 de Enero de 1899. He aquí este importante documento. 

            «Santísimo Padre: profundamente confundida vuelvo a los pies de V. S., para suplicarle humildemente me permita hablarle sobre el asunto de que hablé a V. S. en Junio pasado. Entonces, mal convalecida de una mortal dolencia, no pude más que dictar una carta, y aun ahora, enferma y postrada en cama, me veo forzada a escribir con lápiz». 

            «En mi última confié a V. S. algunas gracias que el Señor, en su infinita misericordia, se ha dignado concederme sin atención a mi miseria, y con gran confusión debo confesar a V. S. que, después acá, no ha cesado de tratarme con la misma misericordia». 

            «Por orden expresa de Jesucristo y con el consentimiento de mi confesor, vengo, con el más profundo respeto y sumisión más perfecta, a participar a V. S. otras nuevas comunicaciones que se ha dignado hacerme el Señor acerca del punto de mi primera carta». 

            «Cuando el año pasado padecía V. S. una indisposición, que, atendida vuestra edad avanzada, llenó de solicito cuidado el corazón de vuestros hijos, dióme el Señor el dulcísimo consuelo de asegurarme que prolongaría los días de V. S., con el fin de que consagrase el mundo entero al Corazón de Jesús. Más tarde, a principios de Diciembre, díjome el Señor que había dilatado la vida de V. S. para otorgarnos esta gracia (de hacer la consagración) y que, después de cumplido este deseo de su Corazón, V. S. debía prepararse...; y continuó: en mi Corazón.., la consolación.., un refugio seguro para la muerte y para el juicio; y dejóme con la impresión de que, después de haber hecho la consagración, V. S. acabaría pronto su peregrinación sobre la tierra». 

            «La víspera de la Inmaculada Concepción Nuestro Señor dióme a conocer que, en virtud de este nuevo impulso que recibiría el culto de su Divino Corazón, hará resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero, y me penetraron el corazón aquellas palabras de la tercera Misa de Navidad: Quia hodie descendít lux magna super terram. Parecióme ver (interiormente) que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable, enviaba sus rayos a la tierra, primero a un espacio reducido, y que luego se iba extendiendo hasta iluminar al mundo entero. Y me dijo, con el resplandor de esta luz los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor recaldeados». 

            «Reconocí los abrasados deseos que su Majestad tiene de que su Corazón adorable sea más y más conocido y glorificado, y de derramar la abundancia de sus dones y bendiciones por toda la haz de la tierra». 

            «Él ha escogido a V.S. y dilatado sus días para darle esta gloría, desagraviar su Corazón ultrajado y atraer sobre vuestra alma las preciosas dádivas que manan de ese Corazón Divino, fuente de todas las gracias, asilo de paz y bienandanza». 

            «A la verdad, me siento indigna de comunicar todo eso a V. S., mas el Señor, después de haberme penetrado más y más de mi miseria, y héchome renovar el sacrificio de mí misma, como víctima y esposa de su Corazón, aceptando todo linaje de padecimientos, humillaciones y menosprecios, me dio el riguroso mandato de escribir de nuevo a V. S. acerca de este asunto». 

            «Pudiera parecer extraño que pida el Señor esta consagración del mundo entero, y que no se contente con la consagración de la Iglesia católica. Mas su deseo de reinar, de ser amado y glorificado, y de abrasar todos los corazones en su amor y en su misericordia, es tan ardiente, que El quiere que V. S. le ofrezca todos los corazones de aquellos que le pertenecen por el santo Bautismo, a fin de facilitarles la vuelta a la verdadera Iglesia, y los corazones de todos aquellos que no han recibido todavía la vida espiritual por el santo Bautismo, mas por los que Él ha dado su vida y su sangre, y que son llamados igualmente a ser un día hijos de la santa Iglesia, a fin de acelerar por este medio su nacimiento espiritual». 

            «En mi carta del mes de Junio expuse las gracias que Nuestro Señor quiere conceder en virtud de esta consagración y la manera como desea que se haga; mas vista

la nueva insistencia de Nuestro Señor, de nuevo vuelvo a suplicar, con la más filial sumisión y las más vivas instancias, a V. S. que conceda a Nuestro Señor el consuelo que Él pide, y que añada al culto de su Divino Corazón algún nuevo brillo, según Nuestro Señor se lo inspire. Nuestro Señor no me ha hablado directamente más que de la consagración, pero me ha mostrado, en diversas ocasiones con instancia, el ardiente deseo que tiene de que su Corazón sea más y más glorificado y amado para bien de las naciones. Me parece que le será agradable que la devoción de los primeros viernes de mes se aumente, mediante una exhortación de V. S. al clero y a los fieles también por la concesión de nuevas indulgencias. Nuestro Señor no me lo ha dicho expresamente, como cuando me habló de la consagración, mas yo creo adivinar este ardiente deseo de su Corazón, sin que pueda, sin embargo, afirmarlo». 

            «Hecha, con toda sinceridad y sencillez, mi exposición a V. S. sólo me resta pedirle, Santísimo Padre, con la más profunda humildad, perdón de mi atrevimiento y rogarle quiera aceptar benignamente el homenaje de mi más filial adhesión a la Santa Iglesia y a la augusta persona de V. S., a quien me someto con la más perfecta obediencia». 

            «Dignaos, Santo Padre, bendecir, juntamente con sus hermanas y protegidas, a la que, besando respetuosamente el pie de V. S., tiene el honor de llamarse la más humilde y obediente hija de V. S., Sor María del Divino Corazón Droste zu Vischering. Superiora del Monasterio del Buen Pastor en Oporto».  

            «Oporto Portugal 6 Enero 1899».  

Resultado de la carta 

            El 15 de Enero llegaba esta carta a manos de León XIII, que quedó hondamente impresionado, y en seguida pidió al Cardenal Jacobini, Nuncio de Su Santidad en Lisboa, que obtuviese informes sobre Sor Vischering, «de la que se dice que es una santa y que tiene comunicaciones celestiales». 

            El 25 de Marzo, León XIII, a raíz de la difícil operación, cuyo éxito feliz e inesperado parece lo atribuía en la misma Encíclica al Corazón de Jesús acordó consagrar el mundo al Corazón Sacrosanto. El 2 de Abril se firmaba el decreto de la S. Congregación de Ritos, declarando autorizadas, por León XIII, las Letanías del Sagrado Corazón para que se cantasen en el triduo solemne, preparativo del acto.           

            De este decreto llegaron a Oporto dos ejemplares con una esquela que decía: «se enviaban por orden del Padre Santo a la R. M. María del Divino Corazón Droste Vischering, y que Su Santidad mandaba juntamente su bendición apostólica para la R. Madre». 

            Poco después tuvo noticia Sor Vischering de las palabras de Su Santidad al Obispo de Lieja, Doutreloup: «Llegados a este punto -escribía este Prelado-, pareció como que el Papa se recogía un instante, y luego irguiéndose en su sillón me dijo con voz solemne y tono conmovido que iba a publicar una Encíclica, mandando la consagración de todo el mundo al Corazón de Jesús, así de las naciones católicas como de las no católicas; que los fieles se dispondrían a ese gran acto con un triduo y sermones los días. 9, 10 y 11 de Junio, y me recomendó que lo hiciese con gran solemnidad en mi Catedral de Lieja». «Sé, dijo León XIII con palabras de fuego, que este acto atraerá muy pronto sobre el mundo las misericordias que esperamos... Voy a hacer -terminó- el acto más importante de mi pontificado». 

            Más tarde, al recibir Su Santidad a los Obispos de la América hispánica, dijo que había determinado hacer en breve la consagración del mundo: «a instigación de un alma santa llena del espíritu de Dios» y que de este acto esperaba grandes y copiosas bendiciones para toda la Iglesia. 

            Esta es en resumen la historia de la consagración del mundo al Corazón de Jesús; hecho de gran trascendencia, según se ha podido ver, y se verá más aún por las observaciones siguientes: 

El Corazón de Jesús según León XIII 

            Ante todo, es de notar la importancia extraordinaria que daba el Papa a este paso: «Voy a hacer el acto más importante de mi pontificado», expresión que dice mucho, si consideramos la fecundidad en cosas grandes del pontificado de León XIII. «Sé que este acto atraerá muy pronto sobre el mundo las misericordias que esperamos».

            Ni es extraño, pues el R. Pontífice tenía una idea muy grande de lo que representa la devoción al Corazón de Jesús en la tierra. Ya en la misma Encíclica «Annum sacrum» se transparenta esta estima. Va, en efecto, enumerando todas las calamidades individuales y sociales que en todos los órdenes aquejan al mundo, e inmediatamente añade: 

            «Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, yacía oprimida por el yugo de los Césares, un joven emperador vio en lo alto una cruz, que fue a la vez augurio y causa de la gloriosísima victoria que bien pronto se siguió. He aquí que se presenta ante nuestros ojos hoy otra bandera divinísima y llena de grandísimos presagios, a saber: el Corazón Sacratísimo de Jesús, coronado con la Cruz y brillando entre llamas con esplendentes fulgores. En Él se han de cifrar todas las esperanzas; a Él hay que pedir y de Él hay que esperar la salud de los hombres». De estas palabras se deduce que cuanto, según la tradición, hizo la aparición de la Cruz a Constantino, esto es: la derrota del paganismo y el triunfo social del cristianismo, eso ha de realizar en todos los órdenes, pues de todos los órdenes son las calamidades inmediatamente antes enumeradas, la devoción al Corazón de Jesús; es decir, que está llamada a realizar la renovación del mundo íntegra, mediante el reinado de Cristo: «en El hay que cifrar todas las esperanzas, a Él hay que pedir y de Él hay que esperar la salud de los hombres». 

            Esta idea de León XIII aparecerá más clara, si se mira a la luz de aquellas otras que, en su carta al mismo Papa, había expresado Sor Vischering.

Porvenir del mundo 

            La víspera de la Inmaculada Concepción, Nuestro Señor dióme a conocer que, en virtud de este nuevo desenvolvimiento que tendrá el culto de su Divino Corazón, hará resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero, y me penetraron el corazón aquellas palabras de la tercera Misa de Navidad: «Quia hodie descendit lux magna super terram». Parecióme ver interiormente que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable, enviaba sus rayos a la tierra, primero a un espacio reducido, y que luego se iban extendiendo hasta iluminar al mundo entero, y me dijo: «Con el fulgor de esta luz los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor recaldeados». 

            Según eso, al mundo entero, a los pueblos y naciones espera un gran porvenir, mediante la devoción al Corazón de Jesús: con su luz iluminarse y con su ardor reencenderse. 

            Estas mismas consoladoras esperanzas se exponían, con más claridad aún, en la carta primera a León XIII que se ha perdido; algo, sin embargo, sabemos de ella por el trozo que la santa religiosa escribió en sus apuntes: 

            «Nuestro Señor insiste en lo mismo, pero quiere que decida mi Padre espiritual, que conocerá la verdad por padecimientos extraordinarios que me sobrevendrán. 

            Consagración del mundo entero al Corazón de Jesús. Obispos y sacerdotes tornáranse más fervorosos, los justos más perfectos, los pecadores se convertirán, los herejes y cismáticos volverán a la Iglesia, y los niños aún no nacidos, pero destinados a formar parte de la Iglesia, esto es, los paganos, recibirán más pronto la gracia bautismal». 

Las promesas se cumplen 

            Las promesas son espléndidas; pero como quiera que están hechas a la consagración del mundo y ésta se llevó a cabo, sin duda se han de cumplir; cuándo será es cosa profunda y larga de averiguar, pero, si el lector dirige una somera ojeada hacia lo que llevamos de siglo - que, sin embargo, es para la vida del mundo menos que unos meses para la vida del hombre - observará el decaimiento que ha tenido el protestantismo y el cisma desde la guerra europea, y las corrientes de aproximación hacia la Iglesia católica que han aparecido; el prestigio internacional en que ésta se va de día en día colocando; su renovación y robustecimiento interno más pujante cada vez; el brioso incremento misional en estos últimos años. 

            Vamos a detenernos un poco en esta promesa de la conversión más rápida del gentilismo. Dejaremos la palabra a personas que tienen bien estudiado el movimiento misional por todo el mundo en estos años primeros de nuestro siglo. 

            «La idea de las misiones – escribe - va prendiendo en todas las naciones donde hay grupos considerables de católicos. En el siglo XIX la principal nación en sostener las misiones fue Francia... Alemania, que antes tomaba muy poca parte en las misiones, posee hoy una organización de misiones grandiosa. Es notable el número crecidísimo de jóvenes que allí se están preparando para las misiones; y en las asociaciones tiene el puesto de honor en la Santa Infancia, a la cual contribuyó, en el año antes de la guerra europea, con 1.744,651 francos...» 

            «Los católicos de Austria no mostraron gran entusiasmo por las misiones durante el siglo XIX, y menos todavía los de Hungría. En cambio desde hace cosa de veinte años su participación va siempre en aumento». 

            «En Italia, hasta hace algunos años, el movimiento de misiones era nada más que mediano; hoy empieza a ser intenso... » 

            «En la Gran Bretaña y en los Estados Unidos la idea de las misiones de infieles estaba, hasta hace algunos años, poco arraigada entre los católicos... Ahora se levanta vigoroso el espíritu de las misiones entre infieles, particularmente en los católicos de los Estados Unidos. Sólo los católicos de este país dieron el año 1913 para la Obra de la Propagación de la Fe, 2.196,053 francos». 

            «El pueblo iberoamericano, eminentemente católico e idealista, el gran misionero de los siglos pasados, era el llamado a marchar el primero, en este gran movimiento de misiones, y lanzarse con toda su fuerza a la conquista del mundo infiel en circunstancias tan favorables como las presentes. Mas conociendo las revueltas políticas, tanto en la Península como en el continente americano, ya se deja entender que no había de tomar gran parte en ese movimiento... Pero también en esto España y la América latina se levantan. El movimiento de estos últimos años, sobre todo en España, es tan extraordinario, que con razón ha llamado la atención hasta de los extranjeros, que ponen grandes esperanzas en este enérgico despertar de los católicos españoles». 

            De lo dicho se desprende el gran empuje misional que se ha sentido en el mundo desde comienzos del siglo XX, que con razón es llamado el siglo de las misiones; y se desprende también con qué integridad se cumplen en este punto las promesas del Corazón de Jesús, y cuán fundadamente nos es lícito esperar que, del mismo modo; han de cumplirse las otras hasta que llegue la hora en que, con los rayos de aquella divina luz, los pueblos y las naciones queden iluminados y con sus ardores abrasados. Ahora bien, si un acto de la devoción al Corazón de Jesús, que al fin y al cabo esto es la consagración de León XIII, tiene trascendencia tal, y tales cosas ha de operar en el inundo, ¿cómo será el árbol íntegro del que nacen tales brotes?

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