PORTADA

Introducción
Santa Gertrudis
San Juan Eudes
Santa Margarita María de Alacoque
P. Bernardo de Hoyos
P. Agustín de Cardaveraz
María del Divino Corazón
Benigna Consolata Ferrero
San Juan Evangelista
La herida del costado
El Reino del Corazón de Jesús
Importancia de la Consagración
Consagración
Virtudes
Promesas
Nueve Primeros Viernes
Confianza
El Corazón de Jesús al mundo
GRUPO:
Apóstoles del Sacratísimo Corazón

PortadaSan Juan Evangelista

¿Conoció esta devoción? 

            Como es el único de los cuatro evangelistas que narra el pasaje de la Herida del Costado del Señor, que tanta importancia tiene para la devoción al Corazón de Jesús, y por otra parte lo refiere con tanto énfasis, fácilmente ocurre al lector la idea de si el Discípulo Amado, el que estuvo recostado en la noche de la Cena sobre el pecho de Jesús, llegaría a tener conocimiento de la devoción al Divino Corazón. Sobre esta idea, hoy ya bastante extendida, diremos aquí lo principal que hemos encontrado acá y allá, dejando al lector que la tome o la rechace según su juicio le dicte. 

            La primera gran revelación del Corazón de Jesús hecha a Santa Gertrudis en el siglo XIII, revelación importante, según vimos más arriba, tuvo lugar un día de San Juan Evangelista por mediación de este santo apóstol, y en ella se afirma el hecho de que venimos hablando. En efecto, allí se dice que mientras el Evangelista estuvo recostado en la noche de la Cena sobre el pecho de Cristo Nuestro Señor sintió las pulsaciones de aquel Corazón Divino, dejando a su alma impregnada de dulzura y enardecida de amor. ¿Y cómo no dijisteis nada en vuestro Evangelio?, preguntó Santa Gertrudis. Porque «el contar la suavidad de estas pulsaciones estaba reservado a los tiempos modernos, a fin de que oyendo tales cosas, el mundo senescente y entorpecido en el amor de Dios se caldease de nuevo». Aquí aparece el Discípulo Amado como conocedor de los futuros grandes destinos de la devoción al Sagrado Corazón y como testigo experimental de su efecto. 

            Después de Santa Gertrudis quien más veces y con mayor claridad ha hablado sobre este punto es el P. Bernardo de Hoyos. Veamos algunos pasajes. 

            Era el 31 de Julio de 1734, fiesta de San Ignacio de Loyola. «Después de comulgar - escribe el P. Hoyos - vi entre resplandores de gloria a nuestro muy amado Hermano y primer condiscípulo del Corazón Sagrado, San Juan Evangelista, acompañado de San Francisco de Sales y de nuestro Padre San Ignacio. Estando yo asombrado de la santidad que entendí resplandecía en estos tres Santos, se me declaró cómo éstos eran los tres a cuya cuenta corrían las glorias del Corazón Sagrado de Jesús: del Santo Evangelista, por haber sido privilegiado en descansar sobre el Corazón santísimo, donde se le descubrieron sus excelencias, teniendo desde entonces este amante Apóstol particular devoción con aquel Corazón de su Maestro en que bebió las luces y las llamas de su amor; de nuestro santo 

            Director en su Orden y de nuestro Santo Padre en su Religión, por haber sido estos dos Santos los dos amantes divinos que más al vivo copiaron en sus corazones el ardor seráfico del Evangelista: San Francisco de Sales en lo dulce, que fue el distintivo de su amor, y San Ignacio en lo fuerte, que fue la divisa de su caridad ardiente». Parecidas ideas se le comunican en otras apariciones, v. g. que San Juan: «desde que se recostó sobre el Corazón de su Maestro quedó abrasado en su amor y en deseos de que los hombres le conociesen»; «que él con San Francisco de Sales somos - le dijeron - agentes del Corazón de Jesús y protectores de vuestras ideas». 

Indicios en el Evangelio 

            En el Evangelio hay algunos que vamos a presentar sin quererles dar más fuerza de la que el lector prudente vea que tienen. San Juan Evangelista estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y sintió los latidos de su Corazón divino en la noche de la Cena, o sea en la noche de los misterios eucarísticos, de los misterios de amor; en la noche de las efusiones tiernas, confiadas, intimas, cuales aparecen en el Sermón de la Cena; las circunstancias, pues, no podían ser más aptas ni tentadoras para descorrer el velo de los misterios dulcísimos de su Corazón amante, por lo menos a aquel discípulo íntimo. Como dijimos arriba, el único evangelista que refiere el episodio de la Herida del Costado es San Juan, y lo hace con tales datos y tales protestas de veracidad, que parece está tentando al lector a que se pare allí a reflexionar un poco. Cuatro son las veces en que el sagrado Evangelio hace mención de la llaga del pecho de Jesucristo. La primera es en la cruz; la segunda el día de la resurrección, cuando se mostró el Señor a todos los apóstoles reunidos; y la tercera y la cuarta en el episodio de la incredulidad de Santo Tomás. Pues bien; da la coincidencia que todas las cuatro veces sólo el evangelista San Juan es quien hace mención de esa dulcísima herida; y en la última con la circunstancia de que refiere el mismo acontecimiento San Lucas y calla lo de la llaga. «Les mostró – dice - las manos y los pies» (XXIV, 40); pero en cambio San Juan dice: «Les mostró las manos y el costado» (XX, 20). Parece que todo lo que tocaba a la Herida del Costado no se le olvidaba nunca a este santo Evangelista. Ya sabemos y hemos de ver adelante, que el Sacramento del Amor es el sacramento especial del Corazón de Jesús; y la virtud de la caridad la suya por excelencia; pues bien, ni de aquel sacramento ni de esta virtud ha hablado evangelista alguno tan largo ni tan hermoso como el Discípulo Amado. Este es asimismo quien con psicología más fina ha penetrado en el interior de Cristo y nos lo ha puesto al descubierto en más bellísimos cuadros. Recuérdese que los episodios de la samaritana, de la mujer sorprendida en adulterio, del ciego de nacimiento, del buen pastor, de la resurrección de Lázaro, de la aparición delicadísima a orillas del lago de Tiberíades, y sobre todo del Sermón de la Cena, que es una de las piezas más divinas de la Sagrada Escritura, todos son de San Juan Evangelista. Cierto que los otros Evangelios contienen también pasajes por el estilo, v. g., el hijo pródigo, la oveja perdida, etc., pero ninguno en tanto número como el de San Juan; y si contamos el largo discurso de la última noche, quizá el Discípulo Amado llegue a superar en número de lugares de esta clase a todos los evangelistas juntos. Por lo que en páginas precedentes hemos visto, y veremos todavía en páginas posteriores, parece que la devoción al Corazón de Jesús está llamada en el mundo a cosas grandes, sobre todo hacia los últimos tiempos; pues bien, parecería un poco extraño que habiéndose Dios mostrado tan pródigo con San Juan en comunicarle los sucesos importantes de la Iglesia, sobre todo, los que miran a las épocas postreras, no le hubiese revelado este acontecimiento magno de la devoción al Corazón de Jesús. 

 Indicios en la tradición 

            Orígenes, en el Comentario al Cantar de los Cantares trae un pasaje poco claro, pero que algo por lo menos dice respecto de esta materia. Después de citar las palabras del Evangelio, en que se afirma cómo San Juan descansó sobre el pecho de Jesús, añade: «Porque es cierto que en estas palabras se dice que Juan descansó en lo intimo (in principale) del Corazón de Jesús y en el sentido interno de su doctrina, buscando allí e investigando los tesoros de sabiduría y de ciencia que estaban escondidos en Cristo Jesús». Como observa con razón el Padre Bainvel a propósito de este pasaje, «el principate cordis para Orígenes no es el corazón material, sino el espiritual, el hombre interior y lo que se encuentra en este interior del hombre: sus secretos pensamientos, sus virtudes, sus sentimientos. Si se quiere saber con precisión lo que Orígenes tiene particularmente ante los ojos cuando habla del principale cordis Iesus, es decir, de Jesús íntimo o de lo íntimo de Jesús, sin duda ninguna que son los secretos de su Corazón, sus pensamientos y sus sentimientos íntimos, los misterios divinos de que él es depositario». Parece, en efecto, que ésta es la idea que se desprende al examinar el contexto. Por tanto, para este Doctor de la Iglesia, la Escritura cuando afirma que San Juan descansó sobre el pecho de Jesús, quiere indicarnos además del hecho histórico externo, este otro misterioso, a saber: que aquel santo Evangelista penetró «en los secretos del Corazón de Jesús, en sus pensamientos y en sus sentimientos íntimos, en los misterios divinos de que es depositario». Estas ideas se repiten en varios pasajes de este gran comentarista. San Jerónimo, en el prólogo a su Comentario sobre San Mateo, dice hablando de los evangelistas: 

            «El último es Juan, apóstol y evangelista, a quien Jesús amó muchísimo, el cual estando recostado sobre el pecho del Señor bebió los purísimos raudales de su doctrina». Esta idea, a veces más aclarada, se va repitiendo después en la tradición. San Agustín, en el tratado XVIII sobre el Evangelio de San Juan, dice que el Evangelista en la noche de la Cena sobre el pecho del Señor «descansó en el convite, para significar con ello que bebía de lo íntimo de su Corazón los secretos más profundos»; que estuvo - dice en otra parte- «recostado sobre el pecho del Señor, y del pecho del Señor bebía lo que había de ofreceros a vosotros»; que «no sin causa descansaba sobre el pecho del Señor, sino para beber los secretos de su más alta sabiduría, y luego derramase evangelizando lo que había bebido, amando; tan secreta es su doctrina y profunda de entender, que trastorna a los de corazón perverso y ejercita a los de corazón recto»; «que de aquel pecho, pues, bebía en secreto; pero lo que bebió en secreto lo derramó (eructavit) en público»; que a Juan «no bastaba la misma mesa del Señor, sino que además se recostaba sobre su pecho y de lo profundo de él bebía secretos divinos»; que éste «es el apóstol que estaba recostado sobre el pecho del Señor, y en aquel convite bebía los secretos celestiales. De aquel alimento y de aquella dichosa embriaguez salió (eructavit) el: In principio erat Verbum. Humildad excelsa y embriaguez sobria. Pues aquel gran derramador (eructator), es decir, predicador, entre las otras cosas que bebió del pecho del Señor, también dijo esto:

            Nosotros amamos porque Él nos amó primero» (J. 1, IV, 10). En el Prefacio de la Misa de San Juan Evangelista, contenida en el Sacramentario gregoriano, y que se llama ordinariamente Prefacio Gelasiano por atribuirse al Papa Gelasio, que vivió a fines del siglo V, se dice: «Igualmente en el sacrosanto convite de la Cena mística se había recostado sobre la misma fuente de la vida eterna, esto es, el pecho de Jesucristo Salvador: Y bebiendo los torrentes de celestial doctrina que de él manan perennemente, fue henchido de tan profundas y ocultas revelaciones, que traspasando todas las criaturas contempló con mente excelsa y proclamó con voz evangélica que: In principio erat Verbum et Verbam erat  apud Deum et Deus erat Verbum». 

            Dada la influencia de estos Padres, no es extraño que esta idea se vaya repitiendo después en la tradición. Examinando, pues, a la luz de ella este punto, se observa que los Padres en primer lugar afirman que la doctrina de San Juan excede en profundidad y misterio a la de los otros escritores evangélicos; en segundo lugar, que la razón de este hecho está en haberla bebido del pecho o del Corazón de Jesús; en tercer lugar, dan importancia singular en este sentido al episodio de la noche de la Cena, y afirman que mientras el Evangelista estuvo recostado sobre el pecho o Corazón divino, bebió en él los torrentes copiosos de su doctrina sublime, sin duda mediante alguna profunda y misteriosa revelación. 

Otros indicios 

            También son significativas varias coincidencias históricas. La gran revelación a Santa Gertrudis tuvo lugar, como vimos al principio, el día de San Juan Evangelista, después de haber estado recostado como él sobre el pecho de Jesús, y a la hora de Maitines, que sería poco más o menos a la misma en que recibió igual favor el Discípulo Amado. La primera de las grandes manifestaciones a Santa Margarita acaeció en idénticas circunstancias: fiesta de San Juan, hora de Maitines, descansó sobre el divino costado. Asimismo todos los grandes amigos del Corazón de Jesús han tenido una tierna devoción a San Juan Evangelista. En Santa Gertrudis y en el Padre Hoyos ya lo hemos visto; de Santa Margarita dice el Padre Alfredo Yenveux: «Ningún santo fue tan querido de la Sierva de Dios como San Juan Evangelista». En estos fundamentos, pues, se apoya la idea bastante extendida de que San Juan Evangelista fue el primer discípulo del Corazón de Jesús. En esta hipótesis se explicaría muy bien el porqué de su insistencia y cuidado en el episodio de la Herida del Costado, pasaje de tan dulces consecuencias para la devoción al Corazón de Jesús, y el porqué de otras diversas ideas que se hallan en su Evangelio: esta hipótesis aportaría además consecuencias muy bellas y provechosas para la devoción al Corazón de Jesús, ya que en el Discípulo Amado se podría ver un modelo autorizado de los sentimientos y virtudes especiales en que deben

señalarse todos los devotos del Sagrado Corazón; de las gracias y efectos particulares que esta devoción trae consigo; y del tinte propio o matiz espiritual que tal camino interior imprime en los corazones.

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