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¿Qué es el pecado?
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La tentación
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El pecado
¿Qué hacer para no pecar?
MISERICORDIA
¿Qué es la Misericordia?
Dios no me puede perdonar
Dios me quiere perdonar
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La Misericordia
¿Qué hacer para obtener Misericordia?
CONVERSIÓN
¿Qué es la conversión?
Oración para convertirse
Oración para convertir a un pecador
Oración para salvar a un pecador
Quiero cambiar
La conversión
¿Qué hacer para convertirnos?
SANTIDAD
¿Qué es la santidad?
¿Yo puedo ser santo?
Quiero ser perfecto
La santidad
¿Qué hacer para ser santos?
MENSAJES
Nuestra Señora de Fátima
María del Rosario de San Nicolás
Movimiento Sacerdotal Mariano
Reina de la Paz

¿Qué hacer para convertirnos? 

Rezar una sencilla oración. 

Como la conversión también es el trabajo de Dios en nuestra alma, podemos pedirla al Señor, y rezar esa hermosa oración que Jesús enseñó a Sor María Marta Chambón, prometiéndole que quien dijese esta oración, obtendría su conversión. La oración es ésta: “Eterno Padre, yo te ofrezco las Llagas de Nuestro Señor Jesucristo, para curar las llagas de nuestras almas”.

Digámosla entonces no sólo una vez sino muchas veces, porque nuestra conversión no es cosa de un momento, sino que debe ser un proceso de toda la vida.

Siempre, constantemente durante toda nuestra vida, ante nosotros se presentan el bien y el mal, la virtud y el pecado, y siempre debemos estar eligiendo el bien y rechazando el mal, es decir, que siempre debemos estar convirtiéndonos, y ¡qué mejor que la ayuda de Dios para ello, que nos la provee cuando rezamos esta sencilla oración enseñada por Jesús mismo!

Recemos y hagamos rezar esta oración. Imprimámosla en folletos y difundámosla por todas partes, y en primer lugar recémosla nosotros mismos, para que cada día nos convirtamos más al Señor y seamos más gratos a sus ojos.

 

Pensar en el Infierno. 

Si nos faltan fuerzas para cambiar de vida, pensemos un poco en el Infierno, en que podemos ir a él si no cambiamos nuestro modo de vida, y entonces sacaremos fuerzas de todas partes para enmendar nuestra vida.

Si pensáramos más en la eternidad: Cielo e Infierno, e incluso también en el Purgatorio, al que van las almas por siglos y siglos para expiar los pecados que cometieron en este mundo, las negligencias y los descuidos; entonces sí que haríamos grandes progresos en nuestra conversión, porque al menos tomaríamos la firme decisión de mejorar nuestra vida, de adecuarla al Evangelio.

Porque lo que realmente importa en nuestra vida es que nos salvemos. ¿De qué sirven honor, fama, riquezas, salud, placer, tecnología, etc., si luego, al final, se pierde uno en el Infierno? Por eso es necesario que meditemos en el más allá, donde estaremos para siempre fijados en el estado en que tengamos cuando muramos. Así que toda nuestra vida en la tierra debe ser una preparación a bien morir.

Hagamos penitencia, porque quien quiera salvar su vida en este mundo, pasarlo bien aquí, perderá la Vida eterna.

 

Pensar en el dolor que le causamos a María. 

No hay nada que haga entrar más en razón a un hijo bueno pero descarriado, que el contemplar a su madre llorando por él.

Así también nosotros debemos pensar que con nuestros pecados hacemos llorar a la Virgen, que es nuestra Madre del Cielo. Y contemplando ese llanto, no debemos quedarnos sólo en eso, sino dar el paso hacia la conversión, hacia el cambio de vida, para que la Virgen esté contenta con nosotros, y en lugar de arrancarle lágrimas de sus ojos, le provoquemos sonrisas dichosas al vernos que somos buenos y vamos por el camino de su Hijo amado.

Si cuando pecamos pensáramos que con ese pecado estamos crucificando nuevamente a Jesús, y por ende, estamos atravesando el Inmaculado Corazón de María con una espada cruel, ¡seguramente no pecaríamos tan fácilmente como lo hacemos!, salvo que seamos hijos sin corazón, o demonios encarnados, que no tienen ni una pizca de compasión por las lágrimas de su Madre.

Cada vez que evitamos un pecado, María sonríe y evitamos clavarle una espina dura en su Corazón y en el de su Hijo Jesucristo.

Pensemos en estas cosas y pidamos a Dios que nos ayude a cambiar. Digámosle que queremos cambiar, que solos no podemos, pero si Él nos ayuda, le prometemos que no volveremos jamás a pecar para no hacer llorar a María.

 

 

 

 

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